El hombre en la Luna

 

La fiesta de la llegada a la Luna en contraste con la miseria


Cada año lo recuerdo: en la televisión blanco y negro del hotel en Tegucigalpa se veían las imágenes del hombre en la Luna. Resaltaban su frase de un paso del hombre y un salto de la humanidad.

Todo eran celebraciones sin que nadie se preguntase cómo era posible una transmisión en directo, cuando las conexiones de televisión en ese entonces requerían de días para enlazar una plaza pública con los estudios donde se generaba la imagen.

En la carrera espacial, los soviéticos llevaban la delantera, por lo que Estados Unidos decidió dar un paso audaz que le resultó positivo: una misión espacial tripulada para llevar a un ser humano a caminar sobre la superficie lunar.

Los astronautas llegaron a la Luna el 20 de julio, al día siguiente Neil Armstrong y Edwin Aldrin hicieron la caminata y fotografiaron sus huellas que enviaron de inmediato a la Tierra.

En el restaurante donde nos encontrábamos, no había sentimientos de alegría. En los ojos de varios de los reporteros allí concentrados por la Guerra del Futbol, aparecieron lágrimas de tristeza, de dolor.

Llegábamos de la zona donde miramos de cerca cómo se mataban entre hermanos. Caminando entre la tupida vegetación, muchos pinos serranos, los combatientes nos miraban con curiosidad. Ellos, a su vez, buscaban al enemigo al que tiroteaban y si quedaba herido, lo remataban con los coloridos machetes salvadoreños.

Un hospital de campaña acogía a los heridos; a un lado los salvadoreños, en tanto los hondureños eran atendidos con premura y extremo cuidado. Un raspón era de mayor importancia que el oficial salvadoreño al que del vientre le crecía un globo de grasa, la mirada nublada y los estertores de la muerte.

Rumbo a San Pedro Sula en un camión de redilas bailoteaban restos humanos. Brazos mutilados, piernas fraccionadas, troncos incompletos… eran los soldados rematados a machetazos. Espectáculo espantoso, inolvidable.

En la ciudad elegantes jovencitos con traje de campaña, bien planchado, limpio y en bandolera las carrilleras que acompañaban al reluciente fusil, se lucían en las cafeterías de moda.

En el campo de batalla, soldados casi niños, con el machete y rifles calibre .22 y, casi de no creerse, con escopetas de chispa.

La contraparte, El Salvador, munido con los M11 españoles y las siglas de la OTAN grabadas al costado.

De allí la tristeza. La fiesta de la llegada a la Luna en contraste con la miseria de una guerra imbécil y la crueldad entre hermanos.

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