El Memorial de la vergüenza

 

En su momento, generó amplia polémica


En julio de 2012 inició en el poniente de la Ciudad de México la construcción de un proyecto arquitectónico que, en su momento, generó amplia polémica. No sólo por su elevado costo, que ascendió a 30 millones de pesos, sino porque se trataba de un memorial. La obra, a cargo de los arquitectos Julio Gaeta, Luby Springall y Enrique López Cardiel, sería una pieza arquitectónica para materializar el no olvido y la remembranza, como pasa con otros memoriales famosos en el mundo, erigidos sobre todo en casos de genocidio o guerras. El que nos ocupa es el Memorial a las Víctimas de la Violencia en México, pero no de cualquier violencia, sino de la generada por la llamada guerra contra el narcotráfico impulsada por el ex presidente Felipe Calderón y que todavía nos llena de vergüenza.

Cuando se anunció, la sangre seguía fresca y la herida seguía abierta. Esta semana vemos que no sólo continúa sangrando, sino que un monumental memorial no la libró de la pus.

El Memorial a las Víctimas de la Violencia en México llegó a mi mapa mental cuando me pidieron colaborar en el libro México, 100 experiencias (Editorial Expansión, 2013). Me pedían que narrara en muy pocas palabras, lo vivido en un espacio arquitectónico único.

Entre las muchas opciones, elegí este lugar porque entonces y hoy vivo indignada por la impunidad y la normalización de la violencia.

Paradójicamente, en ese lugar me sentí en paz, tal como lo escribí en el libro mencionado: “Existe en la Ciudad de México una ventana hacia el alma de quienes se han ido, y de quienes se han quedado a clamar por justicia.

Se trata de una evocación arquitectónica y reflexiva. Recorrer sus senderos de piedra te hará olvidar que caminas entre Paseo de la Reforma y Periférico y te dejas abrazar por los fríos y oxidados muros de hierro y, al mismo tiempo, por los cálidos troncos de decenas de árboles. Te acompañan, a través de sus célebres frases, escritores, poetas y luchadores sociales que evocan principios de tolerancia. En algún momento se dejan de escuchar las bocinas de los autos para dar paso al canto de esas aves que se mantienen vivas en la ciudad, resilientes ante una realidad que pareciera darles la espalda”.