El petróleo es nuestro

Hoy repartido en negociados poco comprensibles para el mexicano de a pie, aceptemos que ya no es tan nuestro como lo suponíamos
Carlos Ferreyra Carrasco Publicado el
Comparte esta nota

Bueno, aceptemos que lo era. Hoy repartido en negociados poco comprensibles para el mexicano de a pie, aceptemos que ya no es tan nuestro como lo suponíamos.

La expresión pretendía abarcar a todos los nacionales que nunca estuvimos seriamente considerados en los beneficios, producto del oro negro extraído de las entrañas del país.

Los mexicanos auténticamente dueños del petróleo eran sin duda los sindicalizados que a sus muy buenas percepciones agregaban beneficios más allá de las garantías laborales: vacaciones largas, bonos, gratificaciones, sobresalarios en zonas de alto costo de vida, días de descanso por jornada en campos petroleros y por estancia en las plataformas marinas.

Los otros propietarios del oro negro eran funcionarios que, tal como suena, ninguno, desde el nivel más alto hasta la más modesta posición oficinesca, salió pobre, o urgido de emplearse para subsistir.

Joaquín Guzmán, “La Quina”, creador de cooperativas de consumo y de producción que daban independencia a su sindicato y garantizaban la elevación del poder adquisitivo de los salarios, se opuso a la candidatura presidencial priista de Carlos Salinas.

El resultado: asesinato de un funcionario judicial cuyo cadáver fue llevado hasta la puerta de la casa de Joaquín, acusado de inmediato por el crimen, y por acopio armas y muchas otras cosas más.

Los antes fieles seguidores aprovecharon y se fueron sobre las propiedades sindicales, incluyendo granjas, ganado, fondos bancarios y tiendas de consumo. Un total desastre y un saqueo infame.

Entre la gente que colocó La Quina como pastor sindical, estuvo Salvador Barragán Camacho, senador que repartía un centenario a reporteros cada fin de año y funcionarios de medio pelo, quien terminó en el bote.

Al actual, Carlos Romero Deschamps, le cayó como premio del Melate el liderazgo.

Lo aprovecha gracias al desinterés de los trabajadores sobre lo que pasa. Los contratos con Pemex continúan, pero los beneficiados son los jerarcas sindicales. El sindicato prácticamente no existe.

No hay negociaciones con la empresa que se limita a extender beneficios que permiten a los hijos de Romero viajar por el mundo en avión particular, o recorrer el Mediterráneo en su yate y gozar un Ferrari y una residencia sacada de las Mil y una noches en Florida.

Pero apenas ahora, los laborantes piden enjuiciar a tan preclaro miembro de la clase política, senador que nunca en su vida legislativa abordó la tribuna, presentó una iniciativa, protesta o aplaudió. No existe, es un senador de ornato.

Síguenos en Google News para estar al día
Salir de la versión móvil