El Pulso

 

El debate por el control de armas siempre cae en terreno infértil


En otro tiroteo en Estados Unidos, 50 muertos y más de 50 heridos. La historia oficial se construye en torno de Omar S. Mateen, un joven estadounidense de origen afgano de 29 años, con notorios problemas emocionales –según allegados– que decide tomar un rifle de asalto y “hacer justicia” contra los que, se supone, consideró una aberración.

Y tanto fue el horror que sintió al ver, días atrás, a un par de hombres besarse en Miami, que en el nombre de Alá habría entrado al club nocturno en un intento por “acabar” con ellos. Y otra vez, resentimiento social y desórdenes psicológicos se materializan en masacres como la de 2015 en un centro para discapacitados en San Bernardino: el tiroteo en una escuela de Newton, Connecticut y el tiroteo de un cine en Aurora, Arizona, ambos en 2012; o el tiroteo en Virginia Tec en 2007. James Holmes, el atacante de Aurora, ha sido uno de los pocos que han sobrevivido a las acciones de rescate de la policía. Pero sus declaraciones respaldan algo que parece una tesis aceptada: matan porque están enfermos, no porque las armas estén disponibles junto con los chicles en el súper.

Pero el león no es komo lo pintan y el debate por el control de armas siempre cae en terreno infértil. Lo mismo ocurre en México, pero al revés: las armas aparecen por generación espontánea y los asesinatos colectivos o feminicidios son motivados por el narco y los celos, no porque estén enfermos.

Pero convertirse en asesinos, aquí y en Estados Unidos, es un problema de salud que no ha sido atendido y que, según especialistas, padece 10% de la población. Negarlo es más económico y políticamente menos costoso, por eso hay que “construir” coartadas sobre “intolerancia” y “fanatismo” como –le apuesto– ocurrirá con el asesino del club más hot de Orlando.

Twitter @MarioALeon

GG