El que faltaba

 

Construimos un sistema político administrativo en el que los funcionarios pueden robar


Si algo podemos afirmar porque así lo registra la historia de este país, es que construimos un sistema político administrativo en el que los funcionarios pueden robar, hurtar, o apropiarse de lo que se les venga en gana. Y no es que disponer de las arcas públicas sea una particularidad de todos los políticos, pero para muchos de ellos es y ha sido una profesión lucrativa. Tampoco podemos afirmar que todos los que ocupan cargos públicos tienen esa vocación, pero debemos aceptar que la corrupción y la impunidad de nuestro sistema político se ha convertido en la identidad del poder.

Hasta ahora la única anécdota de honorabilidad y honradez de un Presidente de la República la protagonizó José Joaquín Antonio Florencio de Herrera y Ricardos, quien el día en que renunció a la presidencia se vio obligado a empeñar una joya para aliviar su situación económica. Fue tan honesto que mandaba traer el bastimento de su casa para comer en el Palacio Nacional.

La costumbre de disponer de las rentas públicas comienza, a decir de algunos historiadores, con los “cañonazos de 50 mil pesos con que Álvaro Obregón acostumbraba corromper tanto a subordinados como a sus adversarios.

Ahora surge el nombre de Roberto Borge Angulo entre aquellos que seguramente sean encarcelados en el corto plazo por la forma en que dispusieron del dinero público para beneficios personales y de grupo.

El exgobernador de Quintana Roo no tan sólo se dedicó a alquilar aviones para pasear por el mundo con su séquito de aduladores y las féminas de su preferencia, también instrumentó refinados mecanismos para despojar a particulares de sus bienes y a enajenar los que desde hace mucho, mucho tiempo, pertenecían a los quintanarroenses. Al igual que el ahora prófugo Javier Duarte de Ochoa, existen enormes posibilidades de que sea aprehendido para que responda por sus tropelías.

Muchos han apuntado que ambos personajes valen más muertos que vivos, y que de agarrarlos pasarán largos años en la cárcel en compañía de sus cómplices, además de que tendrán que devolver lo sustraído. En el probable caso de que mueran, porque en este tipo de asuntos siempre ocurren cosas extrañas en la circunstancia del poder, se presentarán dos escenarios: en el primero los mexicanos recuperamos nuestros bienes y la confianza en la aplicación de la ley y la justicia. Y en el segundo, donde cualquiera de ellos se llevará a la tumba el secreto de donde quedó el dinero. ¿Y los parientes y amigos enriquecidos? No nos alcanzarían las cárceles para encerrar a todos. Así funciona esto. Al tiempo.