El reto de la trascendencia

 

Si algo preocupa a cualquiera que alcance el poder de forma casi unánime, como ocurrió con Andrés Manuel López Obrador, es la manera en que se le concebirá en el futuro


Si algo preocupa a cualquiera que alcance el poder de forma casi unánime, como ocurrió con Andrés Manuel López Obrador, es la manera en que se le concebirá en el futuro, y quienes serán los que de una u otra forma disfruten sus decisiones o padezcan las equivocaciones. Así de simple es la ecuación del tiempo y el gobierno, y cualquiera que se precie de ser o pretender ser un buen estadista, tendría que comenzar a construir esa imagen que quiere dejar en la memoria de los mexicanos de ahora y los del futuro.

Quizás eso es lo que le preocupa a Andrés Manuel López Obrador, porque independientemente de sus ansias por convertirse en un gobernante diferente, también tiene que ocuparle la forma en que será recordado. De ahí que muchas de esas promesas que realizó en los momentos de la coyuntura política y el discurso electoral, tendrán que sufrir una serie de modificaciones y adecuaciones a lo que vivimos los mexicanos y a las ansias de quienes lo han acompañado en los últimos años, que en la mayor parte responden a resabios políticos y no a un proyecto de gobierno definido.

La serenidad del tabasqueño contrasta con la febril actividad de esos hombres y mujeres a los que les urge llamar la atención, pero sobre todo, de aparecer en los medios de comunicación para que el hombre de Macuspana sepa que ahí están para lo que se ofrezca, y que solamente esperan la oportunidad para mostrar y demostrar su lealtad y eficiencia al proyecto, al bien amado líder, y a quienes se observan como integrantes del primer círculo del futuro poder, con posibilidades de ayudarlos a obtener una oportunidad en cualquier espacio. Lo importante es no quedarse fuera.

Lo que no han entendido esos miles de hombres y mujeres, que pese a haber militando en el bando ganador, es que las negociaciones están muchas veces por encima de las ambiciones, y quien alcanza el triunfo no puede dejar de hacer política, y ésta implica amplios espacios para la negociación aunque el triunfo haya sido abrumador. Los mejores equipos de trabajo son aquellos que cuentan con espacios para la diversidad de ideas y proyectos, pero sobre todo, para quienes piensan primero en los intereses colectivos y después en los personales.

México necesita seguir siendo diverso y diferente, porque de lo que se trata es de edificar ese país incluyente en el que quepan todas las expresiones, todos los credos, todas las formas de organización política, social, y económica, y toda la diversidad del pensamiento. Hasta ahora la inclusión ha sido una de las prioridades de todos los gobiernos, y el de Andrés Manuel López Obrador no puede ser la excepción, porque los mexicanos elegimos un Presidente de la República y no un jefe de una facción política.

México tiene que seguir siendo cuna de esa diversidad que nos ha distinguido, pero si algo debe cambiar Andrés Manuel López Obrador es ese aislacionismo que han venido practicando muchos de sus adeptos. México debe seguir siendo de todos, y no de unos cuantos. El éxito de un gobierno encuentra su principal basamento en la diversidad y no en la unanimidad. Se equivocan quienes piensan que el triunfo es el todo, y la derrota la nada. Al tiempo.