Encuestas: amor por encargo

 

Nos gusta mentirles a los encuestadores, nos gusta que nuestro voto que es secreto, siga siendo secreto


No creo en las encuestas. Sí creo en los encuestadores y en algunas empresas que son muy serias y solventes al desarrollarlas.

Pero en este momento creo que las encuestas en México, que finalmente se nutren de la sangre y la carne del pueblo, están sufriendo un grave proceso en el que los mexicanos –que casi siempre simulamos, casi siempre desviamos la atención y casi siempre nos vamos por la tangente– hemos aprendido, desde las elecciones de 2016, a mentir en las encuestas.

Nos gusta mentirles a los encuestadores, nos gusta que nuestro voto que es secreto, siga siendo secreto.

Y disfrutamos viendo la forma en la que los políticos, después de pagar ingentes cantidades de dinero, compran como si fueran caricias o suspiros de alquiler la tranquilidad de saber si van mejor o peor en la contienda electoral.

Sin embargo, hay una encuesta que no engaña y ésa es la que deja de manifiesto el hartazgo, el cansancio, la desesperanza y esa tranquila percepción en la que asumimos que hasta aquí llegamos.

Y después todo lo demás, los análisis, los empates técnicos y las proyecciones, que ya están basadas –en mi opinión– en un nuevo estadio del pueblo mexicano que consiste en que por primera vez no seremos nosotros a los que les vean la cara, sino que nosotros le veremos la cara al sistema.

Ese fenómeno se presentó en 2016, se presentó también con los pronósticos del Estado de México, y no hay ninguna razón para suponer que eso no sucederá en esta elección presidencial.

Lo único que es cierto, lo único que es evidente es que, así como en aquella célebre canción “Love is in the air”, ahora es el enojo el que está en el aire. Y el aire que hoy respiramos trae consigo el significado de que no hay más de lo mismo y que aquellos que no lo entiendan llevarán la parte perdedora.

¿Es un discurso irracional? Sí, pero las elecciones y la política hoy en día son muy irracionales.

Y es que, si Estados Unidos y Europa pueden ser víctimas de la ocurrencia, la improvisación, las emociones y los sentimientos, ¿qué nos podría exentar a nosotros los mexicanos?

¿Quién ganará? Ésa será la sorpresa. Aunque en el fondo les confieso que hasta cierto punto me da igual.

Lo único que no me gustaría es que, en este proceso tan interesante, tan rico, tan anómalo, en el que por primera vez parece que el pueblo mandamos, termináramos al final de la jornada siendo los únicos perdedores.