Entre cultos e incautos

 

En la parte cultural la UNAM ha sido ejemplar en su relación con los libros


Que nuestra amada Universidad Nacional Autónoma de México comete errores graves, admitamos que ha sido con más frecuencia de la deseada, aunque en la rama cultural haya habido más precaución que en el resto del manejo de la institución.

Llover sobre mojado y repetir hasta la náusea lo sabido: el auditorio, hoy Che Guevara, donde se trafican drogas, alcohol, sexo y hasta armas.

En la parte cultural la UNAM ha sido ejemplar en su relación con los libros, fomentando el teatro y las expresiones visuales que incluyen pintura o cine y video.

Lo que no la libra de mezclarse en un pleito de listos según muchos o de mercachifles según más. Y todo por una estúpida discusión sobre convertir cenizas en piedras brillantes, dejando aparte lo que sí tiene arte, la elaboración del aro nupcial que sostendrá la joya.

Este, para mí, tropiezo de la universidad, sería el segundo que me toca presenciar. El primero fue ampliamente festejado, publicado y discutido. Para repetir tal situación, necesitaríamos a la queridísima Raquel Tibol, una de las más autorizadas críticas de arte no sólo de México sino apreciada como tal en el resto del continente y en Europa.

El año es lo de menos. Como jefe de Información de un diario capitalino di la orden para cubrir una cosa que llamaban “performance”, de lo que no teníamos idea de qué se trataba.

El reportero asignado no podía cubrir la nota, por lo que decidí hacerlo yo. Me trasladé a la torre de la Rectoría, donde habían colocado unas vigas que formaban un enorme cuadrado.

Alrededor de un centenar de bobos atraídos por el poco usual término, así como la falsa o real fama de la artista, una joven gaucha de muy buen ver, miraban cuando un par de macuarros empezaron a descargar costales con naranjas que regaron por el espacio acotado.

La artista, a gatas, empezó a mover las naranjas mientras entonaba cantos: ¡ooooom! Las frutas que rodaban hacia las orillas eran diligentemente regresadas por los ayudantes…

Y de improviso apareció doña Raquel Tibol que como torbellino se metió en la imaginativa exposición de cítricos que empezó a aventar con singular tino sobre la artista, que emprendió la retirada entre risas de los espectadores.

La señora Tibol se llevó la primera plana del periódico, fotos con su intervención, y al día siguiente hubo quien cuestionó ese atentado contra la cultura performancera. Yo, desde ese día quise más a Raquelitus, como la llamaba su esposo, Boris.