Espiando periodistas

 

Esos eran y estoy seguro que adelantos cibernéticos o no, siguen siendo nuestros temibles espías


El aeropuerto internacional de la Ciudad de México era un galerón con cristales hacia todos lados. No existían los gusanos y era necesario estacionar las aeronaves a un costado de la sala de embarque, que previamente había sido de llegada; con escaleras se abordaban los aviones.

Era la sala en la que un simpático personaje más cercano al chofer de un Flecha Amarilla de segunda, la cachucha al revés y los infaltables lentes de piloto gringo de la Segunda Guerra Mundial, al momento de levantar vuelo en el centro de la sala gritaba: ¡órale, esos que van pa’Morelia..!

Allí mismo, dos veces a la semana se instalaba un joven rubio, con ojos gatunos, que se colocaba atrás de una vieja máquina de escribir y esperaba a quienes venían de La Habana y desde luego a los que viajaban a la isla.

Sometía a todo mundo a un interrogatorio que, supongo, tenía más afán de molestar que de saber cosas.

Eso sí, todos eran fotografiados y –según nuestro personaje– el original de su trabajo se enviaba directamente a la Embajada yanqui y daba por seguro que una copia se entregaba a Gobernación.

El hombre en cuestión era un furibundo y temible espía de la Federal de Seguridad que terminó por establecer buenos vínculos, no diría que amistosos, con los periodistas de la fuente y otros que esporádicamente usaban la vía aérea.

Durante los disturbios del 68, las corretizas a cargo de energúmenos dotados de unas macanitas cortas, pero muy eficaces para aquietar a cualquiera, estaban a la orden del día.

Para no salir lesionados, el güero del aeropuerto advertía a sus cuates reporteros: pañuelo blanco en la mano derecha. Y listo, podía uno mezclarse con represores y reprimidos con la certeza de salir bien.

Alguna ocasión, en plática de lonchería, preguntamos al güero por qué tanta cercanía con los periodistas.

Su respuesta fue de tal simpleza que nos apabulló: debo vigilarlos, espiarlos, pero de hecho es innecesario, todo lo que hacen ustedes es público y lo que podría ser de interés para mi oficina, lo publican.

Con él hubo otros agentes que participaban en conferencias, recogían boletines y comunicados y compartían, como reporteros, la información que no estaba a la vista. Casi todos portaban una credencial de El Sol de México. Los conocíamos por el genérico de Bucareli News.

Esos eran y estoy seguro que adelantos cibernéticos o no, siguen siendo nuestros temibles espías. ¡Qué miedo!