El precio de la paz

 

Alto al fuego de forma definitiva


En esta era de cambios sin fin, la paz y la guerra también han perdido el sentido que tenían.

El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha conseguido contra todo pronóstico que se declare un alto al fuego de forma definitiva entre las FARC y el Estado colombiano.

Ya son más de 50 años los que ha durado la mayor guerrilla en Colombia, dejando a su paso más de 250 mil muertos, cerca de 8 millones de desplazados, incontables secuestros y lo que significa vivir en una guerra que divide al país.

Álvaro Uribe fue un buen presidente, que consiguió llevar la paz a las carreteras de Colombia con la colaboración de su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos. El mismo hombre que ahora Uribe califica como traidor por impulsar los acuerdos de paz con las fuerzas revolucionarias.

Aún hay muchas preguntas que nadie podrá contestar. Por ejemplo, una vez que las FARC guarden las armas y se incorporen al sistema con esa figura jurídico política que les permitirá tener representantes en el Parlamento, ¿cómo se podrá garantizar que el territorio que abandonarán no será ocupado por otras fuerzas que siguen provocando guerrillas como el Ejército de Liberación Nacional? ¿Qué será mejor, mantener la situación en la que había vivido Colombia durante los últimos 52 años o la consolidación de la paz? Porque el día que mataron al líder popular Jorge Eliécer Gaitán cambió la historia de Colombia, ya que los conservadores estaban adheridos con un pegamento indisoluble a todos los sillones del poder, mientras que Gaitán prometía cambiar la estructura favoreciendo a los que menos tenían. Por ello su asesinato trajo como consecuencia el origen de la guerrilla y de las FARC.

Después los liberales ganaron el poder y ahora la pelea entre ellos sigue siendo fuerte, pero ya no es a sangre y fuego o con balas de por medio.

En este momento el verdadero riesgo consiste en que la guerra, una industria que se nutre de sangre, fuego, balas y de los grandes presupuestos, testifique la forma en la que desaparece un negocio sin tener claro cómo lo van a sustituir.

Sin duda, esto es un buen ejemplo para un país como el nuestro, porque pese a que nosotros no llevamos tantos años lidiando con guerrillas, sí llevamos mucho tiempo en manos del narcotráfico.

Y no es que esté proponiendo conversaciones de paz entre el Gobierno Federal y el cártel de Sinaloa, sino que es conveniente saber que ahora los postulados de la paz y la guerra han cambiado a tal grado que probablemente se haya abierto un espacio, no precisamente para la reconciliación, sino para la transformación del negocio sin hacerlo pasar por muerte y fuego.

@antonio_navalon