Fin de semana chilango

 

La Sectur considera que el turismo nacional genera anualmente 230 millones de viajes al interior


El sueño de una tarde dominical en la Alameda Central terminó. Ahora, desde temprano, la chilanguiza del oriente metropolitano se traslada para dominguear en los municipios del vecino estado de México en busca del fresco verdor y de la garnacha campirana o semi rural que a la lonja fortalecerá: Texcoco, Papalotla, Tepetlaoxtoc, Amecameca, Ozumba, Tlalmanalco, entre otros, reciben a los visitantes finisemaneros con conejo adobado o al ajillo, enchiladas de mole, sopa de hongos, quecas de la más variada entraña: flor de calabaza, champiñón con epazote, sesos, huitlacoche, pancita, pambazos; enchiladas con papa, chorizo, crema, lechuga y salsa verde de Chile serrano y tomatillo. Para bajar bocado, nada como un caldo de oso, tlachicotón o babadadrai al natural curado con apio, piñón, nuez, avena, incluso alfalfa, chicharrón, picadillo, y de postre: infinidad de natillas, palanquetas, derivados del amaranto con miel; cocadas, trompadas, algodones de azúcar de colores, obleas con pepita de calabaza…

Ni el impuesto sobre hospedaje (gravamen que a nivel nacional se sitúa entre 2 y 3 por ciento por habitación y se cobra directamente al turista en el momento que paga cada noche de hotel) desalienta a quienes huyen de la monstruópolis, avientan el uniforme godínez o de comerciante informal y van recién bañados, planchados y almidonados en busca de oxígeno y actividades que rompan el pegajoso engrudo de la cotidianidad.

Neto Martínez pide a la familia se prepare desde el viernes por la noche, para el sábado –casi de madrugada– subir al auto con sándwiches para el camino y cafecito en los termos; la imprescindible reata que colgarán al árbol elegido, donde habilitarán el columpio para los chamacos mientras la jefa prepara el almuerzo, y tenderán el tapete para que la abuela asolee la reuma y el corpachón todo, mientras el paterfamilia baja de la cajuela el anafre, el carbón, los bisteces, el chorizo, las cebollinas de cambray y el doce de Tktes más las cocacolotas: el kit para armar la carne asada que hará las delicias durante el week end previo a las vacaciones de Semana Santa.

El megacolón en la caseta de cobro de la autopista no desanima a la familia; aprovecha para esperar el auto del compadre Aguilar y su pipiolera, desalojar la vejiga y tomar por asalto la tienda de convenencia estratégicamente ubicada junto a los sanitarios. Chocolatines, cacahuates, chescos, café de la maquinita, churrumaices y papas fritas, heraldos, gomitas de grenetina azucarada, son el tentempié que entretiene el hambre de quienes van en busca de canoas para remar, motos para recorrer la campiña mexiquense, bicis para atemorizar a la lonja que, enraizada por el sedentarismo propio de la vida citadina, anida encima del cinturón del padre y sus bodoques, de la madre y sus princess…

La Sectur federal considera que el turismo nacional genera anualmente un aproximado de 230 millones de viajes al interior. Neto Martínez y su familia forman parte de esa cifra de mexicanos que nutren el programa “Viajemos todos por México”, pesadilla que a los lugareños genera la oportunidad de incrementar sus ingresos diversificando actividades para atender la demanda que durante la temporada vacacional desborda carreteras federales y de cuota, con viajeros dispuestos a tomarse la foto que subirán a Instagram para testimoniar que no fue en el Viacrucis de Iztapalapa donde doraron su piel a punto de carnita para taco al pastor, sino el día de campo que prodiga escozor, gracias a las quemaduras de los rayos del sol.

Como Neto y sus compadres, muchos chilangos sacaron el estrés lanzándose por la tirolesa y soltando la gritería so pretexto del emocionante descenso por el cable; llenaron de helado la piel de los venados acariciables y accionaron las cámaras de sus celulares para la foto, foto; acamparon en Nexcolango, a la orilla de los espejos de agua, con el Popo y el Iztaccíhuatl como majestuosos testigos de su hazaña; arribaron hasta Popo Park y en Ozumba las ricas nieves de sabores aplacaron a los escuincles, que cómo sudan de tanto correr al aire libre, comadrita: que esperanzas que en la unidad habitacional lo hagan con la confianza con que aquí lo hacen; convenza al compadre para salgamos más seguido, hasta de buen humor y chapeados regresamos, todavía con ese rico sabor del conejo en adobo. Verdá de dios que sí…

El paisaje inunda las pupilas. Música grupera deyecta el autoestéreo de Neto, que agradece las peticiones de sus pasajeros para que se detenga y bajen a regar la milpa con agua de riñón. Piden a los chamacos no desbalagarse, tengan el suéter, no se vayan a resfriar; están atentos a que los mayorcitos, ellas y ellos, no se entretengan en el bosque, mágico porque en ocasiones entran dos y salen tres: la pasión y la falta de prevención anticonceptiva.

—Vámonos compadre, antes que se alargue la fila en la caseta de cobro de Chalco –dice Neto y apresura a los suyos. Gracias a su previsión, en media hora cubren la cuota y enfilan hacia la calzada Zaragoza.