Futbolero marginado…

 

Hoy, a mucha distancia de lo narrado, me espanta la furia, la pasión y la violencia de que son capaces las subsidiadas porras


El Ser Supremo, en su infinita sabiduría, decidió que el domingo patrio, cuando las patas de México se cubrieron de gloria, mi modesta pantallita de televisión con toda la simpleza del mundo no encendiera.

No hubo rezos, súplicas o maniobras para regresar a la vida el artefacto. Di por hecho que en instancias divinas se intentaba proteger mi salud mental, mi integridad patriótica y mi concepto de honorabilidad.

Jugué futbol como portero de los Murciélagos Bancomer en los hoy inexistentes llanos de Vistahermosa, a un lado de Legaria y casi contraesquina de la SDN. Era la Liga Bancaria, donde los banqueros encontraron que era más redituable levantar condominios de consumo popular, que mantener vagos tirando patadas a un balón.

Un millón de años después, casado, acudía con la familia a los juegos en CU.

Era un paseo decente, grato, barato y que dejaba una sensación de domingo aprovechado a quienes teníamos salario de sobrevivencia.

Pero hete aquí que un buen día mi hijo varón, Carlos, llegó pletórico de fervor partidario: boinita amarilla, la respectiva camiseta y matraca con los colores amarillos diarréicos y el zopilote, águila o lo que sea el ave de rapiña que identifica a los entenados de Azcárraga.

En el Colegio Williams les informaron que el siguiente partido de los buitres del América un autobús los llevaría al estadio, donde les darían el “lonche” con refresco. Los cuidarían y los acompañaría un médico y una enfermera.

Pensé que si mi pobre y todavía inocente vástago quería ser un impúdico e interesado zopilote amarillo, cargaría con esa cruz el resto de mi existencia. Un pésimo progenitor que no supo orientar a su hijo.

Pues nada, aunque le gustaba el futbol no era un fanático ni nadie que se desvelara por ver un gol. De manera que no se sumaría a la borregada que con tanto tino y tacto estaba creando el negocio del todavía Televicentro.

Dejamos de lado la afición, empezamos a observar con espíritu crítico los intereses que se movían, las trampas que incluyen la evasión de impuestos, los salarios que nunca se declaran, en fin…

Hoy, a mucha distancia de lo narrado, me espanta la furia, la pasión y la violencia de que son capaces las subsidiadas porras. Y me alegro de haber puesto un muro casi trompiano entre un negocio que trasciende fronteras y anula capacidades y leyes de las naciones.

Dios protege a los inocentes. Mi tele recobrará vida, no lo dudo, cuando saquen del torneo a México.