Hace un año, Eusebio

 

Con Ruvalcaba coincidimos en reuniones elíticas y etílicas


Decimos, en tono de broma, que está muriendo gente que antes no se moría. Y sí, decimos: “para allá vamos, a querer o no; vamos como en fila india, pero no empujen, ¿cuál es la prisa? Ninguna, ninguna; me espero, me espero. Usted primero. Gracias, mejor pase usted”.

Duele escribir de quien ya no está entre nosotros y, sin embargo, sigue con nosotros: Eusebio Ruvalcaba. Con Eusebio coincidimos en reuniones elíticas y etílicas; en cantinas, aulas, calles, velorios, sepelios; compartimos quereres, íntimos aromas de nuestras mujeres, sorpresas ante lo cotidiano, desaliento, tristeza, melancolía; también departimos en centros de trabajo: redacciones, editoriales, oficinas burocráticas… Porque trabajamos, cómo no. Sobre todo Eusebio trabajaba: cuento, ensayo, novela, poesía, epistolarios, aforismos, antologías…, no para triunfar, sino para ser. Porque lo sabía, según escribió, que “nada queda después del triunfo. La derrota se lo lleva todo”.

Escribió acerca de una de sus fortalezas: “A veces me vengo y a veces no./ Los nombres se traslapan: Lourdes, Rosa, Angélica,/ Irma, Lupita, Teresa, Irene; Miriam, Luz Elena, Laura…/ Para todas que he tenido/ un poco de ilusión y un poco/ de desdicha/ unos tragos y una neta./ [Eso sí: una neta.]/ …Todas han hecho –mínimo acto de justicia–/ lo que han querido con mi corazón./ Algunas se lo han comido y otras lo han escupido./ En verdad os digo”.

A Eusebio me lo presentó el dramaturgo Tomás Espinosa; los tres escribíamos en el semanario Punto, en la sección cultural que coordinaba Emmanuel Carballo. Desde ahí nos hicimos amigos y muchas veces lo refrendamos. Por las noches recorrimos las calles, alumbrados por algunos tragos, rumbo al transporte y domicilio de cada cual, hablando de todo y de nada.

Una madrugada me llamó desde un puente peatonal: me dijo lo que había padecido para estacionar su coche, un Mustang, y lo había maltratado; dónde andas, pregunté: puedo alcanzarte, no te expongas. No te apures carnal, dijo, estoy bien: sólo quiero hablar contigo y ya me voy. Al otro día, muy tempranito, se reportó: estoy bien, carnal –reiteró–; discúlpame. Neta.

Una cosa es cierta: Eusebius vivió como se le hinchó la gana. Leo sus versos; bien que se conocía: “Le arranqué dos palabras:/’Te amo’, y ella hizo algo mejor:/ me extrajo el corazón./ Lo miró, aspiró su olor/ –¿Su perfume?, no me atrevería/ a ir tan lejos–/ y dijo:/ ‘Creí que era mucho más pequeño’. El Eus tuvo corazón de condominio.

Ingresó al hospital. Derrame cerebral. Lo intervinieron para extraerle un coágulo. En adelante, las cosas se complicaron, mejoraron, se volvieron a complicar; de nuevo la mejoría: como la vida, pues.

Mediante el guasap estuvimos –familiares y amigos– al tanto de los avances y empeoramientos.

Deseábamos su restablecimiento, pero nos apurruñaba l’alma la posibilidad de un desenlace.

Stop: hasta ai. A través del guasap los comentarios eran de aliento, que le echara ganas para salir del problema, que lo dieron de alta…

Pensaban otros: que aguante y se arme de La Fuerza hasta el Infinito y Más P’allá, pues la requerirá para una larga convalecencia; que la libre de la mejor manera y los daños sean nulos o menores.

Total, que un reacio ante la tecnología nos convidó su agonía vía guasap, y por ahí recibió solidaridad, buenos deseos, círculos de oración, buena vibra. Los médicos dieron lo mejor de sí al Eusebio, y cuando parecía que se iría a otro hospital supimos –por León, su hijo–: “Hola. Lamento mucho informarles que hoy a las 18:56 murió mi papá.

El velorio será mañana, a partir de las 8 am… Les agredecemos de corazón el apoyo que nos dieron durante este mes”.

Hace ya un año. El recuerdo asalta y el corazón se atrista. Un año es nada comparado con la eternidad que aguarda y a la que no podemos sacarle la vuelta.

Vana ilusión. Aunque un consuela queda, atenidos a los versos de Blas de Otero, popularizadas por el cantante Paco Ibáñez: “Si he sufrido la sed, el hambre, todo/ lo que era mío y resultó ser nada,/ si he segado las sombras en silencio,/ me queda la palabra”. Y en ella queda Eusebio: en cuentos, versos, novelas, y en las conversaciones cuando todo era vida y salú.

El frágil latido del corazón de un hombre dejó de percibirse. Eso no es cosa buena. Tampoco es cosa mala. Es simplemente inevitable. Uno se muere todito. Eusebio fue persona que trepó a las palabras como a su Mustang y recorrió lo más profundo del ser humano para mostrarnos la miel y la hiel y la ternura y el desencanto; fue un ser que amó a las mujeres y a los hombres; un mastique que unió piezas para construir el Gran Vitral de Los Amigos e incluso, generoso como siempre, los convocó a presenciar su agonía.

Gran bebedor, gran observador, también bromista –cómo no–, lo imagino agarrando rumbo, como los pollitos, que dicen pío pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío, hasta que topan y moran entre el cálido plumaje de la eternidad y ahí se acurrucan todavía, como los pollitos que dicen pío pío cuando tienen hambre, cuando tienen frío…