Heredar a Cortázar

 

“Hoy mi hijo está leyendo Rayuela, y comprende mejor mi tatuaje de la torre Eiffel”


Lo confieso, soy mala lectora. Nunca he podido presumir que devoro 60 libros al año, tampoco tengo en casa la biblioteca que se podría esperar. He obtenido algunos libros, otros los he regalado, otros los he cambiado. Cuando mis amigos hablan de lo que han leído me dan ganas de preguntarles, ¿cómo en este vaivén de locura cotidiana, de prisas, de estrés y bombardeo digital, te queda energía, tiempo y espacio en ese disco duro de tu cerebro para hacerlo?

Paradójicamente, hoy camino por la vida en la feliz compañía de un editor, bibliófilo y lector apasionado. Un día le confesé esto y me afirmó que si dejo a medias los libros, tal vez es sólo porque no son buenos o soy muy exigente.

Pero uno de los libros que he leído, y releído, y vuelto a leer en su forma alternativa y que ha marcado mi vida y hasta mi piel, es Rayuela, de Julio Cortázar.  Esta semana, mi hijo adolescente me contó que hizo trampa en un examen de literatura. No me extrañó, yo lo hice millones de veces en el bachillerato. Pero él lo hizo con Cortázar.

Tras explicar que la forma en que este autor dio vida a una mujer como La Maga no puede dejar indiferente a nadie, que sus encuentros en el pequeño estudio de falsos estudiantes, y sus paseos casuales para toparse en el Puente de las Artes eran algunos de los motivos que tuve desde siempre para desear vivir en París.

Respiré profundo, y me acerqué a la colección más preciada de mi biblioteca personal: los que hablan de París. De allí tomé Rayuela como si fuera una delicada mariposa adormecida y congelada. Lo abrí al azar y le leí un pasaje en voz alta. Después, tomé mi teléfono móvil y busqué en Google. Rayuela, capítulo 1. Eché a andar el video, que en realidad no contiene más que una imagen de Cortázar y el audio de su voz leyendo el pasaje donde Oliverio Girondo pronuncia la más conocida, instagrameada y pinteresteada frase de toda la novela: “andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos”. Fue una noche mágica. Hoy mi hijo, está ya leyendo Rayuela y comprende mejor la razón por la que su madre tiene tatuada en la espalda, a la torre Eiffel.