Historia circular

 

Cómo se logrará insertar a dreamers en el sistema educativo nacional


Reunidos los rectores de las principales universidades del país, llegaron a la conclusión de que el país no está en condiciones para recibir a los jóvenes estudiantes expulsados por Donald Trump. Analizaron y razonaron la decisión.

Miguel Ángel Mancera, en Londres donde recibirá un premio por la compra de bonos de carbono, anunció que los jóvenes que lleguen a México, recibirán un certificado “equivalente al TOEFL” luego de examinarlos en el idioma inglés.

Para no quedarse atrás, el titular de Educación Pública, Aurelio Nuño, anunció que a los jóvenes deportados les serán reconocidos sus estudios dentro del sistema educativo nacional.

La información de los rectores no está a discusión, no cuentan con recursos para acoger a los repatriados, por un lado, y no hay disposición de recibirlos en forma acrítica como en dos ocasiones se hizo con asilados chilenos y argentinos, a los que se aplicaban títulos sin demostrar su paso por las aulas.

De Mancera, poco qué decir, salvo que la obtención del premio con que se autohomenajea –tradición impuesta por Ebrard, el más grande alcalde del mundo— significa un sangrado para la economía del Gobierno capitalino.

Nuño se acoge a buenos propósitos. Da la receta sin el trapito. Cómo logrará insertar a esos jóvenes en el sistema educativo nacional, no lo dice porque tampoco lo sabe.

Repetimos la historia: cuando llegaron los exiliados de Chile, se les recibió bajo palabra: “Mirai, pú, salí pitando y no recogí papeles, huía de los milicos asesinos”. Admitido el argumento se les habilitó maestros en la UNAM y se abrió sitio en periódicos. En Excélsior, me presentaron a un redactor presunto ex jefe de Prensa de Allende. Le pregunté si era el Perro Bermúdez, muerto en Palacio, o el Negro Jorquera asilado en Caracas.

Balbuceante admitió que no tenía cargo de dirección. En otro diario, conocí a un argentino al que todo mundo veía con veneración. Me lo presentaron, le recordé que nos conocimos en El cronista comercial en Buenos Aires. Para despedirnos, cálidamente le dije: “nos veremos, mi querido sastrecillo valiente”.

Enrojeció, se despidió y cuando nos encontrábamos en la redacción, evitaba contacto conmigo. Curiosos mis compañeros de Unomásuno, expliqué que el susodicho vendía pantalones en El Cronista y nunca fue periodista. Formalmente “sabían” que había sido maestro universitario.

Los mencionados después de Excélsior y de Unomásuno regresaron a sus países como corresponsales. ¿Repetiremos la suerte? Por lo menos ahora se trata de paisas.