Jesús y los niños

Jesús y los niños
Jesús y los niños 

El Señor abrazó a aquellos niños que le presentaron y los bendijo poniendo las manos sobre ellos en una imposición que fue mucho más que un gesto de cariño, pues fue la transmisión de un don divino.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“Jesús y los niños”

El evangelista san Marcos quiso colocar, luego de la afirmación del Señor acerca de la indisolubilidad del matrimonio (Cfr 10,1-12), esta perícopa en la que recuerda el coloquio que se suscitó entre Jesús y unos niños que sus padres le presentaron, un encuentro que muestra la infinita ternura del Señor. “Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo: «Dejen que los niños vengan a mí, no se lo impidan, porque de los que son como éstos es el reino de Dios. Yo les aseguro: el que no reciba el reino de Dios como niño, no entrará en él». Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos” (Mc 10,13-16).

El Señor indicó que de aquellos que son como niños es el reino de Dios, pues ellos no pretenden superioridades ni buscan primacías, son dóciles en su manera de relacionarse, no guardan rencores y su amor es incondicional. Colocado este relato en el Evangelio luego de que afirmara Jesús que el matrimonio es indisoluble, se relaciona la manera de ser de los niños con la manera en la que ha de vivirse el matrimonio a fin de que la promesa de fidelidad conyugal sea duradera hasta el fin de la vida.

Las misericordias de Dios llegan a todos sus hijos. Él es misericordioso con los grandes y poderosos; también lo es con los pequeños y sencillos, y para todos guarda siempre una palabra de esperanza, una caricia de consuelo, como escribió san Juan de la Cruz en su poema místico Llama de Amor viva: “¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado, que a vida eterna sabe, y toda deuda paga!”. 

¿Qué veían en la mirada de Jesús aquellos niños que le presentaron para que los tocara? Algo similar a lo que él vio en la mirada de ellos: la pureza de sus tiernos corazones, la limpieza de su alma impecable, la ausencia de ambición en sus esperanzas y de egoísmo en sus intenciones. Jesús se identificó con ellos, y aunque él contaba con más de 30 años de edad, eran muy parecidos a él, pues vio que, tal como expresa el Pastor de Hermas: “son como niños recién nacidos a cuyo corazón no sube ninguna maldad; no conocieron qué es la iniquidad, sino que permanecieron siempre en la inocencia. Los tales habitarán sin duda en el Reino de Dios, porque en ningún asunto mancillaron los mandamientos de Dios, sino que en este mismo sentimiento permanecieron con inocencia todos los días de su vida”.

Pero los discípulos, inmersos en la cultura judía de su tiempo, que tenía a los niños por insignificantes, no supieron ver el aprecio de Jesús por la pureza de la sencillez y asumieron que le harían un favor si lo libraban de la imprudencia de los padres de aquellos niños. Entonces él tuvo que reprender a sus discípulos y enseñarles en qué consiste la amable sencillez del discipulado al indicarles que de los que son como éstos es el reino de Dios

Jesús, que también fue niño y experimentó el amoroso abrazo de la cercanía del Padre celestial, mostró siempre empatía y cercanía hacia los pequeños, los que dócilmente reciben su abrazo y sus bendiciones, los que padecen humillaciones y desprecios de quienes se sienten superiores a ellos. Y además sentenció: “guárdense de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo les digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10).

nadie queda excluido del reino de Dios, nadie puede ser relegado, ni siquiera por los discípulos, y por ello Jesús se colocó como garante de que nadie puede ser excluido de su Reino. Y a sus seguidores, que ya se apreciaban a sí mismos como predilectos de Jesús, les hizo ver que la misión de ellos no consistía en alejarle a nadie, sino en acercarle a todos, tanto más a los que eran menospreciados por quienes se sienten privilegiados o superiores.

El Señor abrazó a aquellos niños que le presentaron y los bendijo poniendo las manos sobre ellos en una imposición que fue mucho más que un gesto de cariño, pues fue la transmisión de un don divino. Sepamos ver esto en los niños y en los pequeños, un don que el Señor les ha querido conferir, el don de una sencillez inocente. El amor de Dios es gratuito, pero no es barato, y por ello le corresponde una respuesta de nuestro corazón en el trato amable con los demás, especialmente con los pequeños.

RGH