Junio: recordatorio a LEA

 

Varios medios recordarán por estas fechas al expresidente Luis Echeverría como perpetrador, jefe operativo él mismo, de la masacre de estudiantes del 10 de junio de 1971


De seguro, y con razón, varios medios recordarán por estas fechas al expresidente Luis Echeverría como perpetrador, jefe operativo él mismo, de la masacre de estudiantes del 10 de junio de 1971, el famoso “halconazo” que causó un número indeterminado de víctimas, varias decenas de muertos y heridos en las inmediaciones del Casco de Santo Tomás y la avenida San Cosme, en la ciudad de México.

Aquel Jueves de Corpus, pesa en la memoria colectiva como uno de los crímenes masivos – por los cuales no hubo culpables capturados, procesados y encarcelados–, pese a que se comprobó que el gobierno combatía a la juventud con grupos paramilitares que eran entrenados en San Juan de Aragón y cobraban en la nómina de la Dirección de Limpia, Panteones, Parques y Jardines del gobierno capitalino.

Echeverría vive, ya nonagenario, en su vieja mansión de San Jerónimo, desde donde forjó sus sueños de líder del Tercer Mundo en épocas en que había aún resabios de la Guerra Fría, remanentes de la II Guerra Mundial, cuando el anticomunismo era carta de cambio normal en los servicios de inteligencia y espionaje desde países capitalistas.

Para que la memoria no se pierda solamente en los pasadizos de la historia más visible de un personaje que hacía discursos de izquierda para pegar con la derecha, traigo a colación las conversaciones que el entonces presidente Echeverría sostuvo con su homólogo en Washington, Richard Nixon, un junio, pero de 1972, desclasificadas 30 años después, en las que el mandatario mexicano en funciones ofrecía su supuesto prestigio de líder progresista para ser el vocero de los intereses de los Estados Unidos en América Latina e impedir, así, que asumieran ese liderazgo Salvador Allende, de Chile, o el cubano Fidel Castro.

Había dos micrófonos en la chimenea y cinco más en los sillones donde se sentaron a conversar Nixon y Echeverría. Se escucha a un traductor, pues ninguno dominaba el idioma del otro, los días 15 y 16 de junio de 1972.

Echeverría tomó la iniciativa. Latinoamérica enfrentaba un peligro inminente de caer en el comunismo, “acosada por la pobreza, el desempleo y la propaganda de la Unión Soviética”, que ofrecía como salida la vía cubana.

“Dígale al señor presidente que en el discurso que daré dentro de una hora en el Congreso, ratificaré mis tesis del Tercer Mundo ante las potencias”, comenzó el mexicano.

“Sí, la doctrina Echeverría”, reconoció Nixon.

–Porque si en América Latina yo no tomo la bandera, nos la quita Castro Ruz. Estoy perfectamente consciente de eso”– insistía Echeverría.

Hablaban los mandatarios de que “el experimento chileno” pudiese contagiar al resto de Latinoamérica.

Nixon estuvo de acuerdo con la propuesta de LEA, que incluía promover la inversión de capitales de EU para evitar la “contaminación” comunista.

Mala suerte para ambos: al día siguiente de la segunda entrevista, el FBI arrestaba a cinco tipos que habían allanado el hotel Watergate, sede del Partido Demócrata. Dos servían a la Casa Blanca y eran expertos en espionaje. El caso Watergate obligó a la renuncia del propio Nixon en agosto de 1974.