La censura fallida

 

Cuando venía una escena escabrosa, sicalíptica, con raudo movimiento de muñeca colocaba un cartoncito frente al lente


Démosle un descanso al rollo político y llevemos la memoria hasta los tiempos infantiles en Morelia y las visitas dominicales a la iglesia de San Agustín.

Este templo está a escasas dos calles de la Catedral la que, a su vez, se sitúa frente al Palacio de Gobierno separados por la Calle Real o avenida Madero en su advocación laica y republicana.

Los domingos, tras obligada misa, los infantes recibíamos unos centavos para entrar a la sala de cine improvisada con una sábana como pantalla, y un ruidoso equipo de 16 milímetros al que había que cambiar rollo tras rollo.

Hábiles para el negocio, los curas además de una película larga, casi siempre Tarzán, sumaban series de Flash Gordon o el Llanero Solitario.

Las series eran de 12 episodios, con lo que garantizaban la asistencia entreverando los episodios: me explico, una serie comenzaba en enero, la siguiente en febrero y la tercera en marzo; para no perder las secuelas asistíamos cada semana.

Fue en este cine donde vi sorpresiva y con inesperadas palpitaciones, los primeros senos femeninos por un descuido del cura a cargo de la proyección.

El ensotanado tenía un conocimiento total de las cintas que exhibía. Cuando venía una escena escabrosa, sicalíptica –ni por sueños pornográfica—con raudo movimiento de muñeca colocaba un cartoncito frente al lente, provocando una rechifla general aunque no sabíamos por qué o a qué.

Estábamos emocionados porque Tarzán y Jane su esposa (ilegal; nunca se casaron, a pesar de que el hombre mono tampoco contrajo nupcias con Chita) se lanzaron en espectacular clavado de lo alto, altísimo.

El clavado fue en Acapulco por uno de los naturales, famosos con ese espectáculo. Bien, la dama y el chango humano cayeron en plácida laguna repleta de cocodrilos a los que asesinó Tarzán fracturándoles las quijadas.

Tras recobrar la tranquilidad, la pareja se deslizaban bajo el agua como delfines. Un ballet interrumpido por el ¡Aaaaaaahhhh! de los espectadores. En cierta evolución Jane queda panza arriba, se dobla hacia atrás y al estirar los brazos sus estéticos senos quedan a la vista.

La reacción del proyeccionista fue relampagueante: “¡Se me largan todos, muchachos del demonio, van a rezar!” no sé cuántos Padres Nuestros y Aves Marías “y al confesor le van a informar de sus malos pensamientos”.

Salimos con la seguridad de que el cura se había quedado para dar salida a los suyos. Y esos no se los iba a confesar a nadie. Se los perdonaría solo…