La columna de la flagelación

Una parte de la columna se conserva en la basílica del Santo Sepulcro
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Roberto O’Farrill Corona

El Evangelio refiere que “Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle” (Jn 19, 1).

En efecto, Nuestro Señor fue azotado públicamente atado a una columna para ser sometido a la pavorosa flagelación, ejecutada por dos verdugos que se valieron del flagrum romano, mediante un instrumento de tortura generalmente mortal por su efecto de desangrar y descarnar.

Jesús fue atado a esta columna en forma tal que sus verdugos pudiesen tener su espalda ampliamente expuesta ante ellos a fin de flagelar desde los hombros hasta la porción inferior de la espalda y los muslos en su parte posterior.

El instrumento de tortura empleado fue el flagrum romano, un flagellum de tres correas con mancuernas de plomo, ganchos y huesos de cordero atados en sus extremos con la finalidad de golpear, desangrar, desollar y descarnar.

Este tipo de flagelación romana no era limitada por un número de azotes, como lo era la flagelación judía, sino por la consigna de que el sentenciado quedase desfigurado, abandonado a la infame fantasía de los verdugos.

Los flageladores de Jesús no eran propiamente romanos, sino orientales obligados por los romanos al servicio militar: sirios, griegos, samaritanos que sentían hacia los judíos un profundo odio por sus ínfulas de pueblo elegido, que les parecían más bien un orgullo vacío. Para ellos, golpear era un placer, un desahogo.

El enlosado del patio de la flagelación quedó inundado por la sangre del Señor y salpicado por fragmentos de su carne en torno a esta columna. El mismo Poncio Pilato, su injusto juez, quedó tan sorprendido al verlo tan desfigurado en su aspecto, con algunos de los huesos de su espalda expuestos a la vista, que quiso destacar el desastre provocado, sin remedio, con la fatídica expresión Ecce homo “He aquí al hombre” (Jn 19, 5).

Una parte de la columna se conserva en la basílica del Santo Sepulcro, en Jerusalén; la otra parte, que se encuentra en la pequeña, aunque bellísima iglesia de santa Prassede, en la ciudad de Roma, es de mármol blanco veteado en negro, mide 50 centímetros de altura, 32 centímetros de ancho en la base y 20 en la parte superior, donde se encuentra una argolla de hierro a la que posiblemente fue atado Jesús.

Esta reliquia fue llevada a Roma en 1213 durante el pontificado de Inocencio III y colocada en una pequeña capilla de la iglesia de santa Prassede, donde se conserva hasta nuestros días, expuesta a la veneración de millares de fieles.

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