La Gran Tribulación

La Gran Tribulación
La Gran Tribulación 

El Señor les dijo a los discípulos: «estén sobre aviso; miren que se lo he predicho todo», como una exhortación a vigilar para no caer en los engaños de los falsos prodigios y para que supieran que el anuncio del Evangelio por todo el mundo se vería acompañado de enfrentamientos y persecuciones. Es el misterio de la iniquidad, que consiste en que Dios permite el mal para sacar un bien mayor.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“La Gran Tribulación”

En sus proféticas palabras acerca del Fin de los Tiempos, Jesús dio instucciones a sus apóstoles acerca de lo que debían hacer ante los desastres que anunciarían un gran sufrimiento para Israel: “Pero cuando vean la abominación de la desolación erigida donde no debe (el que lea, que entienda), entonces, los que estén en Judea, huyan a los montes; el que esté en el terrado, no baje ni entre a recoger algo de su casa, y el que esté por el campo, no regrese en busca de su manto. ¡Ay de las que estén encinta o criando en aquellos días! Oren para que no suceda en invierno” (Mc 13,14-18).

¿Qué es la abominación de la desolación si no el Templo de Jerusalén profanado y destruido? ¿Qué es si no la supresión de las ofrendas y de los sacrificios? Hacia el año 40, el emperador Calígula había intentado colocar una estatua suya en el Templo de Jerusalén, aunque falló en su propósito, pero en el año 70 un ejército romano de 60,000 hombres asedió la Ciudad Santa con cuatro legiones y tropas auxiliares sirias al mando de Tito, el hijo de Vespasiano, proclamado emperador seis meses antes por un golpe de Estado de las legiones de Egipto, quien necesitaba este triunfo para asegurarse en el trono. Israel, por su parte, se había sublevado contra el imperio romano en una guerra anárquica y feroz.

Con la destrucción de Jerusalén y de su Templo, en el año 70, se cumplió la profecía del Señor: «¿Ves estas grandiosas construcciones? No quedará piedra sobre piedra que no sea derruida» (Mc 13,2). Al cabo de dos mil años, ¿es posible que parte de tal profecía pudiera continuar todavía pendiente y que la abominación de la desolación erigida donde no debe pueda volver a cumplirse ya no en el templo de Jerusalén, centro de la religiosidad judía, sino en el centro de la fe cristiana? “Porque aquellos días habrá una tribulación cual no la hubo desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, ni la volverá a haber. Y si el Señor no abreviase aquellos días, no se salvaría nadie, pero en atención a los elegidos que él escogió, ha abreviado los días. Entonces, si alguno les dice: ‘Miren, el Cristo aquí’, ‘Mírenlo allí’, no lo crean. Pues surgirán falsos cristos y falsos profetas y realizarán señales y prodigios con el propósito de engañar, si fuera posible, a los elegidos. Ustedes, pues, estén sobre aviso; miren que se lo he predicho todo” (Mc 13,19-23).

La Gran Tribulación acarreará un enorme quebranto material, moral y espiritual que no será un sufrimiento querido ni traído por Dios, sino provocado por la propia humanidad que, cuando haya alcanzado niveles dramáticos de decadencia social y degradación moral, se provocará a sí misma este tormento como consecuencia de una creciente impostura religiosa que llegue a la apostasía generalizada, y será mucho mayor a la padecida en el Diluvio universal, pues el texto del Evangelio es categórico al afirmar que nunca ha ocurrido alguna otra de tales dimensiones desde el principio de la creación, que hizo Dios, hasta el presente, para luego señalar que no volverá a haber otra igual, confirmando así que la humanidad continuará, pues no será la ocasión del fin del mundo, ya que el Señor reducirá aquellos días para que la humanidad continúe en los que sí le hayan sido fieles. Esta Tribulación será un signo irrefutable de la inminencia del Juicio Final, como afirma el Catecismo de la Iglesia en su numeral 675: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes”.

El demonio, que miente, lanzará la furia de su engaño concentrada en el Anticristo, a quien conferirá su poder para hacer prodigios y falsos milagros. “Que nadie los engañe de ninguna manera. Primero tiene que venir la apostasía y manifestarse el Hombre impío, el Hijo de perdición, el Adversario que se eleva sobre todo lo que lleva el nombre de Dios o es objeto de culto, hasta el extremo de sentarse él mismo en el Santuario de Dios y proclamar que él mismo es Dios” (2 Ts 2,3-4).

El Señor les dijo a los discípulos: «estén sobre aviso; miren que se lo he predicho todo», como una exhortación a vigilar para no caer en los engaños de los falsos prodigios y para que supieran que el anuncio del Evangelio por todo el mundo se vería acompañado de enfrentamientos y persecuciones. Es el misterio de la iniquidad, que consiste en que Dios permite el mal para sacar un bien mayor.

RGH