“La imagen de la Virgen de México”

 

Su hermoso rostro mestizo emana ternura y compasión


La observación iconográfica del Sagrado original de la Virgen de Guadalupe permite conocer los símbolos mediante los que comunica el Evangelio a una cultura que no lo conocía.

El cabello denota su virginidad, pues las indígenas lo usaban largo y suelto para indicar que eran vírgenes, a diferencia de las casadas, que lo trenzaban.

La cinta con moño, que orgullosas vestían las indígenas durante su embarazo, resalta el vientre abultado de la Virgen María en espera de su hijo Jesús.

Sobre su vientre, en la túnica, el Nahui Ollin, flor de cuatro pétalos, indica que en ella, preñada de Dios, habita la divinidad.

Rodeada por el Sol, en su seno es portadora del nuevo Sol, Jesús, en similitud con la mujer del Apocalipsis revestida del Sol.

La Luna bajo sus pies alude al nombre de México, que en náhuatl significa “en el centro de la Luna”. Ella posa sus pies sobre esta tierra.

En la túnica color malva, adornada con nueve plantas y flores doradas se indica el lugar de las apariciones en la flor con forma de cerro y de corazón, figura del Tepeyac.

Su manto color azul verdoso y adornado por 46 estrellas de ocho puntas, expresa que el cielo la arropa y que en ella vendrá a la tierra su divino Hijo, procedente del cielo.

El medallón que adorna su cuello, con una cruz, evidencia la consagración de la Virgen María a Dios y el sacrificio del amor de Cristo en la cruz.

El angelito, uniendo con sus manos la túnica y el manto, expresa que en la Virgen de Guadalupe se unen el cielo con la tierra y lo divino con lo humano. Es el arcángel san Gabriel con alas tricolores, como aparece siempre en su iconografía durante la Anunciación.

La imagen está ceñida de niebla porque ella procede del cielo y viene de entre las nubes, símbolo de su presencia celestial en el Tepeyac.

Sus ojos denotan misericordia, compasión y amor maternal, y reflejan la sutil figura de san Juan Diego durante los diálogos entre ambos.

Sus manos, en actitud orante, son ademán de su dicho “Quiero que aquí se me edifique mi casita”. Una de sus manos es más blanca y delgada que la otra, que es gruesa y morena, para mostrar el mestizaje de sus nuevos hijos.

Su hermoso rostro mestizo emana ternura y compasión. Su nariz es recta y perfecta, su boca, hermosa y delicada, concede un beso.

Por debajo de su túnica se asoma su zapatito, gracias al que puede advertirse que la tela no recibió preparación previa.