La Merced: entrañable barrio

 

En uno de los pasillos, mujeres mazahuas ofertan muñecas de trapo, servilletas y manteles


Del viejo barrio de La Merced siempre retorna uno con la sensación de que vivió por algunos minutos en las entrañas del México Bronco, del México Profundo que se pretende ahogar en aras de la modernidad despersonalizadora. Pese a la desaparición de su vecino barrio de la Candelaria de los Patos; al desalojo de las bodegas de frutas y verduras que le daban su toque característico; al puente vehicular que desemboca en San Lázaro.., conserva rasgos de una realidad que se antoja caja de resonancia de lo que en el país acontece.

Al mercado viejo desemboca por el Metro Merced: puede que vaya dormido, amodorrado, pero un caudal de aromas le despierta a tiempo. Sube las escalinatas y va directo a los pasillos donde frutas de las regiones del país irradian sus colores desde los puestos donde las marchantas ofrecen, a la antigüita, rebanadas de sandía, probadas de mango de Manila, plátano Tabasco o dominico…

Bandera nacional: el verde de los chiles serranos, el blanco de las cebollas y el rojo de los jitomates, se antojan para un taco placero agregando a la tortilla chicharrón, aguacate, pipicha o papaloquelite, sal y mordidas al chile serrano; puede menguar el picor con traguitos a la drogacola o al tepache bien gélido en su vaso tepachero o en posmoderna bolsa de plástico con popote.

En la llamada nave mayor de La Merced destacan las piñatas de cartón y los judas, muñecas o máscaras de cartón elaboradas por algún descendiente de don Pedro Linares, creador de los alebrijes que trascendieron al mundo.

En uno de los pasillos mujeres mazahuas ofertan muñecas de trapo, servilletas y manteles breves; en la nave menor venden la cestería que se niega a desaparecer, y bateas, cucharas, molinillos para batir el chocolate, bolsas de mimbre o de ixtle, canastos para guardar la ropa e incluso juguetes que se creen en vías de extinción: baleros, trompos, yoyos; boxeadores, toreros y luchadores que se activan accionando con el pulgar un fleje.

Vendedores ambulantes de limones, cabezas de ajo, rollos de canela, bolsitas con pimienta, clavo, comino y carbonato, recorren los pasillos hasta que el cansancio y la hora indican que hay que ponerse entre pecho y espalda un tentempié: gorditas rellenas con carnitas o un pambazo remojado en salsa colorada y en la entraña papas revueltas con chorizo de mero Toluca; otros prefieren los antojitos de doña Vicenta: madrugadora como ella sola y de apellido Ramírez, diario viene a la ciudad desde cerquita de Santiago Tianguistengo, a vender gorditas de maíz azul, café endulzado con piloncillo, a veces tamales y sopes. “Si macheteros y cargadores se arremolinan, es que algo les dice el gusto del paladar”, dice.

Junto a la salida del Metro que conduce a Anillo de Circunvalación está el Anexo, donde los carniceros encuentran cazos para freír cerdos que se convertirán en carnitas estilo Michoacán; quienes aún hacen la competencia a los consorcios refresqueros, aquí hallan vitroleros para las aguas frescas de tamarindo, limón, naranja, jamaica, chía, y las señoras que desprecian al insufrible plástico aquí adquieren cubetas y tinas de lámina galvanizada, lavaderos que usan los conjuntos country norteameriyanquis, máquinas para hacer tortillas, huaraches de cuatro correas y suela de llanta, petacas para quienes irán de viaje y no aspiran a una Samsonite…

El dulce tradicional se expende en el mercado Ampudia o Mercado de los Dulces: trompadas, alegrías, cocadas, calabazates, acitrones, camote en tacha, prehistóricos tomis, gelatinas cristalizadas, cajetas de Celaya en cajitas de madera envueltas en papel de china; chicle en bola, corazoncitos, palanquetas, lágrimas de azúcar para alimentar el antojo y puede que hasta a la diabetes.

Si de otros placeres se trata y se decide por los amores mercenarios, ahí están las muchachas que a la pasadita ofrecen: “Te voy a tratar bien, papacito: es tanto más lo del cuarto”.

Anillo de Circunvalación, desde el Metro Merced hasta Fray Servando Teresa de Mier, en las postrimerías del mercado Sonora frecuentado por curanderos y médicos tradicionales, es un escaparate que remueve la hormona: revistas y libros nacionales y extranjeros, videos en formatos varios ilustran a los neófitos o les confirman su saber erótico. Los vendedores de discos compactos promueven sus productos a todo volumen.

La mañana avanza y más y más gente acude a esta zona del México Viejo (siempre con novedades) para surtirse de lo necesario para sus actividades: los estudiantes a las papelerías, las señoras en busca de materias primas para las gelatinas y flanes; jarcierías, tlapalerías, ferreterías, tiendas de ropa, cristalerías, utensilios de plástico a granel, chiles frescos y secos, molinos de harina para elaborar tamales y moles; saldos de lencería proletaria sobre las banquetas, artículos electrónicos y puestos y más puestos de relojes, aguardan a que la clientela se detenga, mire y consulte al bolsillo. Algo se llevarán de lo mucho que en La Merced se pregona.