La nana electrónica

 

¿Tienes idea de cuántas horas al año pasa un niño pequeño frente al televisor? No te compliques, aquí te decimos: entre 1 500 y 1 900 horas, en promedio. ¿Y sabes qué tipo de programas, caricaturas y series de televisión ven ellos? En un mundo como el de hoy, donde la mayoría de las parejas […]


¿Tienes idea de cuántas horas al año pasa un niño pequeño frente al televisor? No te compliques, aquí te decimos: entre 1 500 y 1 900 horas, en promedio. ¿Y sabes qué tipo de programas, caricaturas y series de televisión ven ellos?

En un mundo como el de hoy, donde la mayoría de las parejas participan por igual en la economía del hogar, resulta casi imposible que un padre de familia se siente todos los días en la sala de la casa con un niño a ver la televisión por largos periodos, así que los tienen que dejar solos, al cuidado de la llamada “nana electrónica” que, de acuerdo con algunos especialistas, será quien influya, en buena medida, en su comportamiento futuro, sus hábitos de conducta, sus patrones de consumo, su capacidad de destreza y hasta su nivel cultural.

De esta manera, solos y sin una sólida capacidad de diferenciar entre lo que les conviene y lo que no, los niños están expuestos, poco más de cuatro horas diarias, en promedio, a los contenidos que libremente les ofrece la televisión.

Así, ante la indiferencia o imposibilidad de muchos padres de familia por supervisar lo que sus hijos ven, los pequeños son susceptibles de convertirse, en el mejor de los casos, en una presa fácil de moldear de acuerdo con los intereses comerciales de las cadenas de televisión.

Con riesgo de sonar como un teórico de la comunicación de los años setenta, no es un secreto para nadie que la televisión –junto con los teléfonos inteligentes y demás dispositivos electrónicos– gana cada vez más terreno frente a los padres y maestros como la columna vertebral en la formación de los individuos.

Con un simple vistazo a la cartelera podemos ver que las opciones que presenta actualmente la barra de programación infantil son pocas y, salvo contadas excepciones, dejan mucho que desear, de acuerdo con investigadores y analistas en medios de comunicación, como Alma Rosa de la Selva, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sin embargo, los productores de programas eminentemente comerciales dirigidos a los niños argumentan que aunque el objetivo de sus emisiones es básicamente el entretenimiento, también suelen incluir mensajes en los que se inculcan y refuerzan valores como lealtad, unión familiar y amistad.

A decir de la productora y cineasta Patricia Arriaga, creadora y exdirectora de la división Once Niños de Canal Once, los infantes toman de la televisión “modelos de comportamiento, actitudes, modas, información, alimento para sus miedos e inspiración para sus juegos”. Todo ello conforma una manera de entender el mundo y es, por tanto, una forma de educación en el sentido más amplio de la palabra.

Desafortunadamente, en México la televisión no forma parte de un proceso educativo sino de una dinámica económica y de entretenimiento. La televisión comercial aprendió a mirar a los niños de una sola manera: como consumidores, de esta manera nacieron los canales o barras de programación dedicados a ellos. Las dos grandes cadenas de televisión en México, principalmente Televisa, descubrieron desde los años setenta y ochenta el éxito de las series de dibujos animados, convirtiéndolas desde entonces en la dieta principal de la programación para niños. Hoy en día, 85 por ciento de los programas para niños y niñas en televisión abierta son caricaturas producidas en el extranjero.

México inició este sábado 1 de diciembre una nueva etapa en su historia: por primera vez un gobierno de izquierda llega al poder, y justo sería que esta llamada cuarta transformación alcanzara también a los niños con una mejor y más propositiva televisión de calidad, sin que esto suene a propaganda ni a adoctrinamiento.

 Rogelio Segoviano es periodista, especializado en cultura.

@rogersegoviano