La noche de Jenny Saville

 

En la entrega de la semana pasada, hablábamos del artista urbano Banksy y de cómo había “creado” una obra de arte a partir de la destrucción de otra, justo en el momento en que esta era subastada en la casa Sotheby’s, frente a decenas de personas que se quedaban atónitas ante lo que veían. El […]


En la entrega de la semana pasada, hablábamos del artista urbano Banksy y de cómo había “creado” una obra de arte a partir de la destrucción de otra, justo en el momento en que esta era subastada en la casa Sotheby’s, frente a decenas de personas que se quedaban atónitas ante lo que veían. El propósito del grafitero británico era realizar una crítica de alcances mundiales en torno a la imparable comercialización del arte; algo que terminó poniéndose en duda, pues la pintura que destruyó a medias, que había sido subastada en 1.4 millones de dólares –inició con un precio de salida de apenas 7 000 dólares—, se revaluó en forma inmediata al doble de su valor.

Pero con esa acción, Banksy no sólo destruyó un cuadro, también el momento de gloria de Jenny Saville, una joven pintora originaria de Cambridge, quien la misma noche en que el desconocido artista trituró la pieza Girl with ballon, minutos antes había hecho historia al vender su cuadro Propped (Apoyada) en más de 13 millones de dólares, convirtiéndose así en la artista viva cuya obra había sido comprada con el precio más alto jamás pagado en una subasta.

La pintura de Saville, considerada por los críticos y especialistas “una de las obras maestras indiscutibles de los Young British Artists”, alcanzó la histórica cifra luego de una cerrada puja entre varios coleccionistas y representantes de importantes museos, quienes querían tener en su acervo la imponente obra, la cual no se había vuelto a ver en público por más de 20 años, luego de la legendaria exposición Sensation, realizada en 1997 en la Royal Academy of Arts de Londres, que sirvió como acto fundacional de una nueva generación de artistas británicos.

En 2003, la artista hizo saltar por los aires toda esa placentera tradición con la muestra Migrantes, en Nueva York, donde incluyó imágenes sacadas de las fotografías de los maltratos cometidos en la cárcel iraquí de Abu Ghraib; un trabajo agresivo en un mundo en el que se devoran las imágenes y se consumen experiencias. A fin de cuentas, el cuerpo de Cristo azotado y malherido es un elemento recurrente en la imaginería religiosa, objeto de adoración y piedad en el pasado. De acuerdo con los críticos, Saville convirtió esa violencia en un fin en sí mismo.

Esa muestra fue un experimento pasajero, “una locura de verano” que se esfumó para regresar a la belleza, con una entrega que la pintora no había experimentado. Ella suele decir que su maternidad cambió su trabajo, que mira a sus hijos y agradece que la belleza haya entrado en su vida.

La pintora británica es conocida por sus desnudos femeninos gigantes; cuerpos que están muy lejos de ser el ideal de la belleza convencional, de los estereotipos publicitarios y de las portadas de revistas. Por el contrario, sus monumentales y exagerados personajes desbordan carne, en lo que podría considerarse una muy interesante y novedosa variación en el estilo iniciado por Lucian Freud, Fernando Botero y José Luis Cuevas, con la sutil diferencia de que estas mujeres obesas ya no son vistas a través de los ojos de un hombre.

Tal vez Banksy y su performance le hayan robado su noche de gloria a Jenny Saville, sin embargo, la trascendencia que en un futuro alcanzará todo el trabajo de la pintora terminará, sin duda, por ubicarla en un sitio privilegiado en la historia moderna del arte.

*Periodista especializado en cultura.

@rogersegoviano