La sobreviviente sin nombre

Los chilangos de corazón, nada nos derrumba
Elizabeth Palacios Publicado el
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Después de tomarle una foto en primer plano donde se aprecien perfectamente todas sus texturas y colores, al punto de provocar salivación en mis seguidores de Instagram, que podrán adivinar exactamente en qué banca de este parque estoy sentada sólo por el detalle de dejar apenas difuminada con toda intención la fuente que hace de fondo, le doy la primera mordida.

Comer una auténtica torta mexicana —sí, con bolillo no con chapata— con queso Oaxaca y no alguno con nombre francés, aguacate —todo un lujo—, frijoles de esos que los “baguettes” o los paninnis no llevan, rajas de jalapeño, jitomate y cebolla, se ha vuelto algo excepcional por estos rumbos.

La primera vez que entré en el pequeño local de paredes color crema y cortina metálica verde oscuro fue por sugerencia de mi amigo entrañable, el actor Esteban Castellanos. Pedimos dos tortas para llevar. Igual que hoy, yo pedí una de queso en mi afán constante de comer menos carne (sí, ya sé #PorqueHipster).

Recuerdo bien que estaban apenas construyendo lo que hoy es un grande y agradable espacio seguro para que los perros del barrio convivan.

Esteban y yo nos sentamos en una banqueta. Habíamos comprado dos boings de fruta en la tiendita que está al lado de la tortería sin nombre —lo juro, no tiene ninguno de los nombres complicados y extranjeros que suelen tener los lugares para comer aquí—.

Ese día Esteban y yo nos habíamos reunido para hablar de sus proyectos como actor que nunca le faltan porque si algo caracteriza a Esteban es la perseverancia. “Ser actor es complicado, pero serlo cuando se es feo, morenito y bajito, lo es más”, siempre dice mi amigo que me encanta por la maravillosa capacidad que tiene de reírse de todo, sobre todo de él mismo.

Pero lo cierto es que él es un gran profesional de la actuación y de los pocos en México que ha logrado mantener por más de 15 años vigente una puesta en escena y un personaje. Obvio, tiene otros montajes y otros personajes.

A sus 40 años ahora ya es también director y productor, por supuesto, pero para mí siempre será sólo “un pinche chamaco”, sí, parafraseando las líneas de su obra Los niños perdidos, la que nos dio el pretexto para conocernos hace ya casi 16 años.

Nuestra conversación sobre los planes se fue desviando, como siempre pasa con las charlas que valen la pena, hacia la vida, los amores y, claro, la ciudad.

Las tortas que saboreábamos nos daban el pretexto ideal para hablar de cuánto tiempo de vida le quedaría a un local como este, y al de la tiendita de al lado. Pensábamos que sus días estaban contados porque aquí cada vez que aparece un nuevo local, es más esnob que el anterior.

Tras el sismo del pasado 19 de septiembre yo juraba que este local había resultado dañado. Incluso cuando vi a Esteban para bailar el vals por el XV aniversario de su monólogo se lo comenté: nuestras tortas no sobrevivieron.

Así que hoy fui realmente muy feliz cuando comprobé que estaba confundida. La esquina que realmente resultó muy dañada, y que actualmente sigue representando un peligro para quienes caminamos por aquí con frecuencia, es la de la calle Chilpancingo y la avenida México, pero nuestra amada tortería está una calle después.

Allí sigue, con su pared color crema y su cortina metálica en verde botella. La siguen atendiendo las mismas chicas sencillas, su menú sigue siendo el de cualquier tortería tradicional mexicana: milanesa, salchicha, huevo, queso, jamón… con todos sus ingredientes en español y, mejor aún, sus precios siguen siendo bajos, razonables, accesibles.

Pueden parecer detalles insignificantes para otras personas, pero para mí, que pensé que nunca volveríamos a sentirnos igual en este barrio, saber que este lugar sin nombre, sin glamour, sin redes sociales, sin campañas de apoyo, ha sobrevivido me hace pensar que a nosotros, los chilangos de corazón, nada nos derrumba. Ni un sismo, ni la gentrificación.

*Periodista, cronista, hedonista y feminista.
Madre, viajera, libre y terrícola. @elipalacios

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