La ternura del encargado

 

Sin lugar a dudas Miguel Ángel Mancera fue un Jefe de Gobierno singular


Sin lugar a dudas Miguel Ángel Mancera fue un Jefe de Gobierno singular. Nunca entendió del todo que la dinámica de la corrupción lo llevaría al fracaso y, por consecuencia, a dejar inconclusa esa ciudad que nos prometió durante su campaña. Y no es que la Ciudad de México, reducida al inicio de su mandato a cuatro letras para darle identidad internacional, sea un ente difícil de gobernar, simplemente es que las huestes del partido que lo llevó al poder son ingobernables.

Para decirlo más claro, al menos el proyecto piramidal del Partido Revolucionario Institucional de principios de los ochenta tenía la peculiaridad de la cohesión social. El Consejo Consultivo de la Ciudad de México tenía jefes de calle, de manzana, de sector, de colonia y de delegacion, y esa ordenada conformación permitía que la toma de decisiones fuera sencilla y directa, porque resolvía problemas que eran analizados y señalados por los propios vecinos.

Es más, cuando Óscar Espinosa Villarreal decidió que había que desaparecerlo, nunca entendió que estaba matando al proyecto social más consolidado de su partido. Y todo por los celos que sentía hacia José Monroy Zorrivas, quien presidía dicho organismo ciudadano.

Pero regresando a la ingobernabilidad de las huestes del perredismo en la capital de la República, una vez desaparecido el Consejo Consultivo de la Ciudad de México la gestión vecinal se volvió un desastre, y en ese momento comenzaron a emerger movimientos, grupos de interés, y las células del Movimiento Urbano Popular, generando un caos al inicio de la gestión de Cuauhtémoc Cárdenas. Meses después esas organizaciones –que durante mucho tiempo utilizaron la vivienda como principal causa y negocio– consolidaron al Partido de la Revolución Democrática como la primera fuerza política de la capital de la República.

La llegada de Andrés Manuel López Obrador sentaría las bases institucionales de esa amorfa izquierda mexicana, que había tomado por asalto a la capital de la República y sitiado al titular del Ejecutivo, quien decidió despachar menos en Palacio Nacional y trasladarse a la comodidad de la guardia del Ejército Mexicano en la Residencia Oficial de Los Pinos. Lo peor de todo es que en una concepción equivocada de lo que fue el New Deal en Estados Unidos, el señor López Obrador tuvo la ocurrencia de estructurar programas sociales que, al final, se convirtieron en el principal motivo para seguir ganando elecciones, y encarecer brutalmente la democracia mexicana.

Hoy, las reyertas entre los enriquecidos miembros del Partido de la Revolución Democrática y las ansias de riqueza de quienes se fueron a militar al Movimiento de Regeneración Nacional, tienen a la capital de la República de cabeza y en el centro de la disputa por los enormes caudales que representa. Y aunque muchos pretendan descalificar esta afirmación, la única verdad es que los gobiernos de estos tiempos, de cualquier partido, lo único que visualizan es cuánto dinero pueden hurtar en cada una de las ahora alcaldías, y las instancias del gobierno central.

El secretario de Gobierno y encargado de la Jefatura de Gobierno, José Ramón Amieva, hizo una declaración cargada de ternura y quizá de candidez. Simplemente afirmó que no se va a interrumpir el apoyo de programas sociales y que no tienen ningún uso electoral. Claro que no se van a interrumpir, y podemos tener la seguridad de que los incrementarán, porque de una u otra manera necesitan utilizarlos para contrarrestar la presencia de Andrés Manuel López Obrador y de quienes ha designado como candidatos para quitarle el poder al Partido de la Revolución Democrática. Lo único que podemos decir es que estamos frente a un diálogo público de cínicos, y que por mucho que se denigren entre ellos, todos están cortados por la misma tijera, incluido el tabasqueño: corrupción. Al tiempo.