La trampa del Estado benefactor

 

El gobierno redistribuidor nos obliga sin que nos demos cuenta, cobrándonos impuestos con fines redistributivos para financiar sus políticas sociales


Una de las siete obras de misericordia corporal (están, además, las siete obras de misericordia espiritual: enseñar al que no sabe; aconsejar al que lo necesita; corregir al que se equivoca; perdonar al que nos ofende, consolar al triste, sufrir pacientemente los defectos de los demás, rezar por vivos y muertos) es dar de comer al hambriento, lo cual, aceptada la obligación ética que implica, plantea esta pregunta: ¿cuántas veces está uno éticamente obligado a dar de comer al hambriento? ¿Cuantas veces lo solicite, al margen de cualquier otra consideración? ¿Cuantas veces lo pida, siempre y cuando haya fracasado en su intento por conseguir comida por su cuenta? ¿Cuantas veces lo demande, siempre y cuando siga intentando conseguir comida por su cuenta? ¿Cuántas veces hay que darle de comer al hambriento? Se lo pregunto a usted, lector, ¿cuántas veces está dispuesto a darle de comer a un hambriento? Y suponiendo que esté dispuesto a darle de comer, al margen de cualquier otra consideración, cuantas veces se lo solicite, ¿qué tipo de incentivos estaría usted generando en el beneficiario de tanta generosidad?

Me parece que ninguno de nosotros, ustedes lectores y yo escritor, estamos dispuestos a darle de comer a alguien todo el tiempo (y no me refiero a un familiar, a un amigo, a un conocido, sino a cualquier persona, la que sea), mucho menos al margen de cualquier otra consideración: trabaja o no, le alcance o no, es responsable o no, etcétera. Y sin embargo, a eso y a mucho más, es a lo que nos obliga el gobierno redistribuidor, que es el agente del Estado benefactor, y nos obliga sin que nos demos cuenta, y ello por haber caído en su trampa. Nos obliga cobrándonos impuestos con fines redistributivos (quitarle a X para darle a Y) para financiar sus políticas sociales, que son esencialmente redistributivas (quitarle a X para darle a Y), haciéndonos creer que, por legales, también son justas (no lo son), y por eso se habla de justicia social. Continuará.