La trampa del Estado benefactor

 

Gobernar se ha vuelto sinónimo de redistribuir


Gobernar es sinónimo de redistribuir, y para comprobarlo basta revisar el presupuesto de egresos de cualquier gobierno. Redistribuir: el gobierno le quite a X lo que, por ser fruto de su trabajo, es de X, para darle a Y lo que, por no ser fruto de su trabajo, no es de Y, redistribución que se justifica en nombre de los derechos de segunda y tercera generación, según la clasificación hecha, en 1979, por Karel Vasak, derechos de la segunda generación que tienen que ver con la igualdad (derechos culturales, económicos y sociales), derechos de la tercera generación que tienen que ver con la fraternidad (derechos de las etnias, de las mujeres, de los ancianos, de los niños, de los discapacitados, de los migrantes, del consumidor, y demás grupos específicos), siendo que los de la primera generación tienen que ver con la libertad (derechos civiles y políticos), siendo los derechos del liberalismo clásico, que son, dicho sea de paso, los verdaderos derechos (a la vida, la libertad individual y la propiedad privada), siendo los demás necesidades definidas arbitrariamente como derechos.

Gobernar se ha vuelto sinónimo de redistribuir porque los gobiernos han asumido la tarea de satisfacer las necesidades insatisfechas de quienes no pueden satisfacerlas por sí mismos, de manera autónoma, que es, dicho sea de paso, lo que va con el respeto a la dignidad de la persona, redistribución por medio de la cual el gobierno obliga a X, a quien le quita, a ayudar a Y, a quien le da. ¿Estoy en contra de que X ayude a Y? No, pero sí estoy en contra de que el gobierno obligue a X a ayudar a Y.

No estoy en contra de la solidaridad, ¡mucho menos cuando es verdaderamente subsidiaria!, pero sí estoy en contra de la solidaridad obligatoria, impuesta por el gobierno, por tratarse, de entrada, de la violación del derecho a la libertad y a la propiedad de X, a quien se le obliga, por intermediación del gobierno, a ayudar a Y. Continuará.