Labastida: el dinosaurio acomodaticio

 

“El respeto al sexenio ajeno es la paz”


Manuel Camacho Solís y Marcelo Ebrard pudieron regresar a los primeros planos 15 años después de ser derrotados por Luis Donaldo Colosio y repudiados por la sociedad tras el asesinato, ¿por qué entonces Francisco Labastida no podría hacer lo mismo después de su histórica derrota como candidato presidencial frente a Vicente Fox?

Ese parece haber sido el razonamiento del septuagenario ex candidato cuando decidió aprovechar la debacle priista del 5 de junio como catapulta de relanzamiento. Labastida no fue crítico con su partido; culpó de la derrota al presidente Peña Nieto y al secretario Miguel Osorio Chong, por haber promovido la constitucionalidad del matrimonio homosexual a unos días de los comicios.

“Si yo fuera secretario, si a mí me hubiera pedido el presidente que firmara algo de eso, hubiera preferido presentar mi renuncia”, señaló Labastida en entrevista radiofónica con José Cárdenas.

En boca del mismo hombre que declaró alguna vez: “El respeto al sexenio ajeno es la paz”, cuando se le preguntó su opinión acerca del ya desbrujulado sexenio de Vicente Fox, escuchar una crítica abierta tan poco fundada contra el gobierno de su correligionario Peña Nieto, sólo puede significar o cobardía del sinaloense para no criticar a Fox, o senilidad para creer que hoy puede revivir políticamente sumándose al ejército de detractores de Peña.

Las palabras de Labastida en contra de la iniciativa peñista que promueve la constitucionalidad del matrimonio gay reflejan su postura a favor de la discriminación y en contra de la igualdad.

Más allá de sus cuestionables convicciones, habría que preguntarse sobre lo acertado de su análisis. Peña Nieto anunció su proyecto de Reforma Constitucional el 30 de mayo y las elecciones se celebraron el 5 de junio.

Si el razonamiento y la información de que dispone Labastida Ochoa fueran correctos, la Jerarquía Católica habría necesitado de solamente de cuatro días para, desde el púlpito, darle la vuelta a la elección y castigar al PRI porque el presidente priista promueve la legalidad del matrimonio entre homosexuales. Y si la Iglesia Católica tiene ese poder, habría que preguntarse por qué no le dio al PRI la lección completa y provocó, desde el púlpito, su derrota en las 12 entidades federativas en disputa. Es evidente que si alguna vez existió en el México guadalupano, hoy no hay tal poder de manipulación del voto ciudadano desde los templos, por más que Hugo Valdemar lo sugiera.