Las tiernas decisiones

 

Mancera advierte desbandada de pillos


El gobernador de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera Espinosa, advierte a los habitantes de la urbe que se encierren tras rejas de acero porque habrá desbandada de pillos y él no puede hacer nada.

Empero, viaja a Acapulco para revisar su proyecto de Policía Conago y su aplicación en tan peligroso sitio. Tanto o más que el antiguo DF, que no considera prioridad de su administración.

Lo comento con periodicidad: Hay dos etapas en las que la hoy CDMX, marca registrada, tuvo paz absoluta en la que delincuentes y bichos similares nada podían hacer.

Si lo hacían, era bajo control de los agentes de “la reservada” o “la secreta” denominaciones con las que se les conocía.

En la primera mitad del siglo pasado, pocos años de concluida la Revolución con esporádicos alzamientos, en la Ciudad de México, un ranchote de unos cuantos miles de habitantes nacieron las colonias de los nuevos ricos.

No eran apellidos afrancesados, sino rústicos que por las armas y con apellidos vulgares se apropiaban de las casas de los asustados por la indiada, que huían a Europa.

Comenzaron a construir barrios nuevos, como las Lomas, originalmente Chapultepec Hight o algo por el estilo. Resultado: proliferaron los ladrones llegados del extranjero y de la provincia, todos querían parte del botín.

Pero allí estaba un general, creador de la sexta delegación, luego cuartel de bomberos, sede de la Cruz Verde y hoy museo de horrores criminales: el sinaloense Roberto Cruz, quien impuso la ley de que ladrón agarrado en casa habitada, era fusilado allí mismo.

La ciudad se convirtió en un remanso de paz.

Más reciente, otro general (de diversión, decían) Arturo “El Negro” Durazo, estableció formas y zonas para que el robo afectara lo menos posible a los ciudadanos que podían asistir sin riesgo a donde desearan a la hora que les viniese en gana.

Un grupo de colombianos que se rió del veto para asaltar casas habitación, fue ejecutado en el río Tula. Una docena de cadáveres suficientes para condenar policías y a Arturo, que terminó en la cárcel.

Aunque por distintas causas: uso patrimonial del erario, su colección de autos antiguos que nadie sabe quién se la quedó, los palacios en Zihuatanejo y Ajusco y la vida de pachá de quienes lo rodeaban que terminaron ricos… e impunes.

La ciudad y quienes la vivieron no pueden negarlo, era pacífica, tranquila, casi pueblerina.