Leyendas sexuales. Amor animatrónico

 

Cada vez es más acelerado el desarrollo de muñecas sexuales robóticas


¿Hasta qué grado podemos encariñarnos con un objeto o, más específicamente, con una máquina? Por ejemplo, conozco a varias personas que no sólo aprecian, sino que parece que aman a sus coches. Dedican horas a acicalarlos, a enchularlos; les ponen nombres, les hablan y se refieren a ellos como si fueran sus novias o sus mejores amigos.

No sé si se trate de amor en el sentido erótico (seguramente existen casos en que sí), pero el cariño en general sí que se manifiesta en este tipo de relaciones, o en otras como la de un músico con su instrumento, o… ¿un científico con su microscopio? No lo sé. El caso es que no es nada raro que una persona deposite sus afectos en un objeto inanimado.

Partiendo de ahí, imaginemos hasta qué grado puede llegar el apego a un objeto animado y, además, hiperrealista. A este terreno escabroso, por desconocido, estamos entrando con el cada vez más acelerado desarrollo de las muñecas sexuales robóticas. Sí, es verdad que también se hacen muñecos, sin embargo, la mayoría del mercado lo ocupan los juguetes con características femeninas (además de que esos muñecos varones están pensados también, esencialmente, para hombres).

Ya antes, cuando las muñecas sexuales no ofrecían mayor “interacción” que la obvia con sus dueños, pero comenzaban a tener una apariencia más realista, se registraron casos de hombres que las adoptaban como sus parejas, las cambiaban de ropa diariamente y las trataban como esposas todo el tiempo que podían hacerlo sin verse demasiado raros (a saber, de puertas hacia adentro). Ese tipo de apegos creció conforme la tecnología fue brindando a esos consumidores más funciones. Aun con los altos costos que un juguete de este tipo puede alcanzar (miles de dólares), la demanda sigue creciendo, y es por eso que los inventores de robots encontraron en el segmento de diversión para adultos una mina de oro.

Las más novedosas muñecas robot tienen la indispensable precisión anatómica que requiere un juguete de su tipo, y también otros atributos. Aunque todavía no existe una que tenga movimiento totalmente autónomo, sí las hay que ofrecen un rostro interactivo –pestañean y mueven los ojos–, además de que “hablan” y gesticulan no sólo con la boca sino con el resto de la cara, como mejillas y cejas.

No obstante, todavía podemos llegar más allá. Por ejemplo, las muñecas creadas por la empresa Realbotix no sólo pueden ser programadas con ciertas características de la personalidad (tímida, alegre, servicial, bromista, etcétera), sino que tienen la capacidad de “aprender” a medida que interactúan con uno o más seres humanos. Esto significa que el software que domina estas máquinas puede expandirse en función de la información que le dé el usuario, pero también si “convive” con más personas además de él. Así, puede mantener conversaciones cada vez más elaboradas. Volviendo a lo puramente sexual, otro detalle que puede sumarse a este equipo es la capacidad de sus orificios para calentarse e incluso lubricarse.

Parece paradójico que estos accesorios, cuyas versiones más primitivas fueron sólo una boca, una vagina o un ano extremadamente realistas, hoy en día evolucionen hacia un cuerpo completo capaz de interactuar socialmente. ¿Qué nos dice esto sobre la necesidad humana del amor?; ¿qué podemos aprender sobre la época tecnológica en la que vivimos?, y, sobre todo, ¿podemos vislumbrar hacia dónde van las relaciones humanas cada vez más mediadas por lo electrónico? Las respuestas son tan fascinantes como aterradoras.

* Periodista especializada en salud sexual.
@RocioSanchez

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