Leyendas sexuales. Tentaciones malditas

 

El deseo por los chicos “malos” puede estar a la vuelta de la esquina


Muchos hombres que se consideran amorosos, responsables y honestos se quejan a voces de que las mujeres prefieren a los hombres patanes. Quizá no estén lejos de la verdad, pero ellos tampoco cantan mal las rancheras.

“A los hombres les gustan las mujeres que los tratan mal”, me dijo el otro día una amiga, con el tono de quien revela el secreto mejor guardado de la humanidad. El caso es que unos y otras nos acusamos mutuamente de fijarnos más en chicos y chicas malas a la hora de elegir pareja.

Esto podría explicar la forma en que se han forjado leyendas de la farándula, de esas que llaman símbolos sexuales, como Marilyn Monroe o Jim Morrison. Sí, ambos eran muy hermosos, pero gran parte de su éxito se debió también a su actitud rebelde. La rubia reina de Hollywood no era ninguna perita en dulce, por el contrario, era una mujer que conocía bien su atractivo sexual y lo utilizaba de incontables maneras, incluso cuando adoptaba la actitud de inocente ignorancia de su belleza. Si la Monroe no hubiera estado dispuesta a todo en el terreno amoroso-sexual, no se habría erigido como la fantasía de tantas generaciones de hombres.

El cantante Jim Morrison, por su parte, es, para mí, el hombre más sexy que ha pisado el planeta Tierra. Está bien, quizá exagero. Digamos que es el más sexy que ha quedado registrado en video hasta el día de hoy. Sin embargo, su atractivo no hubiera alcanzado la dimensión que logró si no hubiera vivido su vida al límite, si no hubiera encarnado la rebeldía de toda una generación que despertaba a la revolución sexual y a la masificación de las experiencias nunca antes vistas, a través de las drogas sintéticas. Su galanura y su actitud de chico malo fueron una combinación que dejó huella.

Pero el deseo por los chicos “malos” puede estar a la vuelta de la esquina. Y tiene sentido: posiblemente, las mujeres (en este caso) buscamos a hombres que se atrevan a hacer lo que nosotras no nos atrevemos, o que puedan ser compañeros de aventuras que, además de brindarnos emociones fuertes, nos cuidarán y acompañarán para que todo salga lo mejor posible (o, al menos, eso es lo que creemos). Esto puede interpretarse de muchas maneras, basta ver qué pegue pueden tener los motociclistas, los rockeros, los mujeriegos (tal vez por eso lo son) y hasta los delincuentes.

Como ya dije, los hombres no se quedan atrás. ¿No conoces tú al menos una historia de un varón que quiso “rescatar” a una mujer que se dedicaba al trabajo sexual o al table dance, sacándola del oficio y ofreciéndole una relación a largo plazo? Yo conocí a una chica que trabajaba en un bar de esos donde las meseras andan con poquita ropa, y comenzó una relación con un hombre bueno, bueno, y rico, rico, con quien finalmente se casó. La chica también era buena, buena –dicho sea de paso–, pero no sé qué habrá pensado la familia del susodicho antes de empezar a tratarla, cuando supo de su peculiar pasado.

Que conste que no estoy diciendo que los rockeros o las trabajadoras sexuales sean automáticamente “despreciables” como parejas. Lo que digo es que, para los ojos de los demás (sociedad, familia, amigos o como le quieras llamar), no son los “buenos partidos” con los que esperan que uno se empareje.

A final de cuentas, como dice el dicho popular, nadie sabe lo que hay en el morral más que quien lo trae cargando, y también está probado y comprobado que, por más que todas las voces critiquen a un prospecto amoroso, el potencial enamorado tendrá que darse cuenta por sí mismo de si esa relación vale correr todos los riesgos.

* Periodista especializada en salud sexual.

@RocioSanchez