Los acarreados

 

Al tío Leopoldo le tocaba acarrear a los manifestantes del candidato presidencial en turno


Cuento de la vida real: Al tío Leopoldo le tocaba acarrear a los manifestantes del candidato presidencial en turno. En 1952, Adolfo Ruiz Cortines, un burócrata veracruzano al que se enfrentaba, con aparente mayoría, el general Henríquez Guzmán, contratista que aceptó perder a cambio de beneficios económicos.

En la Avenida Madero, conocida como la Calle Real, observamos el primer letrero de luz neón atravesándola donde se afincaba un edifico que contenía, sin pudor, la Cámara de Diputados, el PRI estatal, la Contaduría General de Glosa y la imprenta Carrasco, concesionaria de impresos oficiales.

El día que visitó Morelia priista, camiones de redilas con campesinos armados con cañas, destruyeron el anuncio que contenía el nombre del jarocho.

En exótico Corvair, Chevrolet de cuatro cilindros con motor trasero –que no siguieron fabricando–, el tío recorría las rancherías. Enormes letreros tricolores en el vehículo le habían costado pedradas y corretizas; pero no cejaba en su orgullo priista.

Copándaro, Nocupétaro y Pendenjícuaro eran peinadas para levantar a quienes debían viajar para mostrar al candidato la simpatía popular.

Apoyado por la policía municipal, el tío se presentaba ante propietarios de camiones de carga, a los que ordenaba llevar a la capital los manifestantes.

Les pagaban la gasolina y compensaban las labores del día, por lo que ganaban más que en una jornada normal.

El día del arribo de Ruiz Cortines la ciudad estaba de fiesta. No era por cultura cívica sino asueto y fin de semana, puente. Hacía calor, pero había refrescos, paletas y bastimento para los acarreados.

Temprano los acarreadores, funcionarios estatales, acordaron las zonas que debían colectar considerando festejos, día de mercado…

Y empezó. Muchos se subían a los camiones porque iban a conocer la capital, situada a unos cuantos kilómetros, pero era gente que no salía de donde moraba.

Todo iba sobre ruedas, hasta que en Cuto de Guadalupe o Cuto del Porvenir –el dato no está muy preciso–, un camionero con una carcacha (carcancha, dicen allá) de volteo, se opuso. Intervino la policía y treparon medio centenar de campesinos. Dos horas después el volquete llegó a la Plazuela de Carrillo, donde se ordenó al chofer “descargar su pasaje”.

Furioso, el pelafustán levantó la caja de donde, como piedras, cayeron los viajeros quebrando huesos y torciendo brazos y piernas.

¡Increíble! Entre risas de los acarreadores, divertidos por la salvajada, el tío Leopoldo le ordenó que se largara de inmediato, antes de que “a alguien se le ocurra meterte a la cárcel por idiota”.

Sin perder la compostura, el chafirete reclamó gasolina, tiempo utilizado… y logró la indemnización. ¡Ah! y ya vienen las elecciones…