Los juicios de saliva

 

Fue en la década de los años 50 cuando dejaron de celebrarse los juicios populares


Fue en la década de los años 50 cuando dejaron de celebrarse los juicios populares, un jurado al que estaban sujetos los empleados públicos.

No eran la panacea y de hecho sólo servían para demostrar la extrema corrupción de los niveles inferiores y la cómplice actitud de los jurados que siempre encontraban motivo para exculparlos.

Los reos casi invariablemente eran carteros que habían ordeñado los envíos de dinero de los trabajadores del Programa Braceros. Y el argumento para perdonarlos, siempre el mismo: Alemán roba más y no pasa nada.

El mandatario equivalía al PRI: los males nacionales y el resto de mortales puros, sin mácula aunque acumulando fortunas de las que sus herederos gozan dos generaciones después.

En un juicio en el que participé, apenas cumplida la mayoría de edad, 21 años, entre los jurados, un ama de casa, un médico, un obrero, dos o tres más y yo, empleado de oficina. Tras breve exposición de la parte acusadora, el defensor, de oficio, sólo pidió perdonar al enjuiciado.

Sus familiares, imploraban piedad, algo que lo salvara de la cárcel. Los jurados pasamos a un salón con una mesa larga.

Allí el presidente, con voz grave por la solemnidad de su decisión, nos anunció que declararía, inocente al imputado.

Todos felices, en 15 minutos ya estaríamos libres del compromiso, pero no, allí estaba ese joven que desde entonces no encontraba corbata bonita ni mujer pura.

Metí mi cuchara para oponerme.

Con paciencia de instructor de niños con problemas de comprensión, el docto médico enlistó sus razones, aplaudidas por varios de los presentes, aunque el obrero sindicalizado pidió que me dejaran exponer mi posición.

Sintetizando, razoné que me importaban tres pepinos las fortunas saqueadas al erario, si no teníamos mecanismos legales para impedirlo, pero que me dolían profundamente los robos a familias que contaban con ese recurso para sobrevivir.

Les asesté el cuento de la santa viejecita que lloraba la ausencia del hijo, emigrado para mantener a la anciana. Y repetí que me parecía mayor crimen condenar al hambre a los pobres que robar dinero público bajo la indiferencia de un pueblo que sólo aspira a estar un día en esa posibilidad.

Lo embotellamos y debo decirlo, me dolió pero fui consecuente.

Hoy disfrutamos de los juicios orales donde tragará más pinole el que tenga más saliva. El renovado método de justicia protege a quienes tengan los medios económicos y los apoyos jurídicos de abogángsteres de abolengo. México, como el cangrejo.