Los ninis: una bronca más

 

Más de 6.2 millones de muchachos no van la escuela ni forma parte de una plantilla laboral


Carlos López Medrano se llama y día con día tiene roces con sus padres porque, al igual que más de 6.2 millones de muchachos, no va a la escuela ni forma parte de una plantilla laboral. Debido a su bajo aprovechamiento escolar, fue dado de baja del plantel donde cursaba el bachillerato, no le fue posible conciliar distancia con rendimiento.

Para entrar a la clase de 7 am debía levantarse a las 4 de la madrugada, bañarse y abordar la pesera en el kilómetro 28 de la carretera federal México-Puebla rumbo al metro La Paz. De ahí a Iztacalco, CDMX. Pese al esfuerzo, llegaba con retardo y le negaban el acceso al salón de clase. Y si llegaba a tiempo, el sueño lo vencía: bizqueaba, hacía el esfuerzo, cabeceaba, llegó a roncar…

Ahora sus padres lo riñen: qué harás en la vida sin el mínimo de estudios; con la sola secundaria, ni de policía hallarás ocupación; cuando menos deberías buscar en qué ocuparte: de albañil, de peón, como diablero en la Central de Abasto…

Su intención de trabajar ha topado con la realidad: ante su nula capacitación, sólo repartiendo volantes. Aceptó y ahí anduvo, en los alrededores de los centros comerciales cercanos a su vecindario.

Pero la gente, así como recibe un papel de publicidad, de inmediato lo arroja al suelo o al bote de la basura. Lo acusaron de tirar los impresos y no le pagaron el día.

Probó suerte en un centro de reciclaje, separando diversidad de objetos de acuerdo al material con que fueron elaborados. Le ofrecieron 60 pesos diarios por 12 horas de trabajo. La mitad del sueldo lo gastaba en transportarse y el resto en la comida, acudiendo a fonduchas carentes de higiene y calidad en los alimentos: a las primeras de cambio una infección estomacal derrumbó su organismo.

“Salió más caro el caldo que las albóndigas”, le dijo su madre al salir del dispensario médico.

La melancolía hizo presa de él cuando se enteró, vía el Feis, que su novia del bachillerato ya no lo era: “Ahora, otro ocupa mi lugar”, le dijo y él, desolado, se lo confió a su madre; halló solidaridad, aunque ella suspiró con cierto alivio pues leyó en el diario que hoy en día se registran 406 mil embarazos anuales entre mujeres de 15 a 19 años, “es decir, son mil 102 embarazos tempranos cada 24 horas y 46 cada hora.

Qué tal que embaraza a la muchacha: una bronca más.

Su padre, quien en varias ocasiones lo acompañó a dejar solicitudes de empleo a diversas oficinas de personal, resultaba tanto o más decepcionado que Carlos: No, porque es menor de edad; no, porque aquí solicitamos personal capacitado; no, porque no cuenta con estudios de bachillerato. No, no, no…

La tal melancolía resultó en depresión. Sin ganas de hacer nada, somnoliento, le ha dado por no asearse:

–¿No té vas a bañar?

–No, hace mucho frío. Al rato que caliente el solecito; además, todavía aguanto…

La relación con su madre ha descarrilado. Si antes alegaba al marido que el muchacho optaría por la preparatoria abierta, o en línea por medio de Internet, ahora lo reprende o se queja:

–Fíjate viejo: ayer sábado, mi día de descanso, me quedé dormida en el sillón. Ya se paró tu hijo como a las dos de la tarde y, según él, muy arrepentido porque el quehacer que le encargamos durante la semana nunca lo hizo, se puso a barrer y a trapear. Estamos apurados porque está lavando ropa para irse el lunes contigo, a meter solicitud de empleo.

¿Para qué quiero yo un chamaco como ayudante doméstica? Luego de lavar me dijo que le dolía mucho la mano y lo lleve a que le dieran masaje. Fueron 200 pesos. Después salió a jugar fut con sus amigos y me llegó a la 1:30 de la madrugada. Le pedí que antes de acostarse se lavara la boca, después voy a estar pagando dentista, porque mi joven adolescente está más jodido que yo. Se enojó y no me habla.

A falta de otros quehaceres, Carlos intenta ayudar en los deberes domésticos mientras sus padres trabajan. Lleva a su hermano menor a la primaria. Se prepara el desayuno, ingiere los medicamentos antidepresivos. Le han calmado la ansiedad que hacía presa de él, le provocaba noche tras noche de insomnio, incluso pesadillas en plena vigilia.

Cuando llega la hora en que los chiquillos salen de la escuela, va por su hermano y comen juntos, le ayuda en la tarea, pero no por mucho tiempo: los medicamentos le provocan sueño, aletargamiento, indiferencia.

Cuando sus padres llegan lo hallan dormido y de flojonazo no lo bajaban, hasta que acudió nuevamente a consulta con el siquiatra: tendré que modificarle la dosis, aunque lo recomendable es que hagas mucho ejercicio y prescindas de las pastillas, estás muy chamaco y puedes superar tu enfermedad sin que dependas de los ansiolíticos; haz el esfuerzo.

Lo mismo le recomiendan papá y mamá:

–No la tienes fácil, m´hijo. Tienes que volver a la escuela: no estudias ni trabajas, ¿qué será de ti? Sin estudios ni capacitado para enfrentarte a la vida. Eso también nos pega a nosotros. Échale ganas, ahorita que nos tienes.

No la tiene fácil Carlos López Medrano. Nini: ni estudia, ni trabaja…