Metro La Paz, pestilencia perenne

 

¿De dónde proviene esa fetidez infame que los metronautas inhalan y exhalan todos los días?


Desde lo más profundo del oriente mexiquense miles de metronautas se desplazan en combis, microbuses y camiones suburbanos, rumbo a la terminal del Metro La Paz, línea A inaugurada el 12 de agosto de 1991. Arriban, entre otros habitantes de Chalco, Chimalhuacán, Ixtapaluca, Ayotla, Chicoloapan, Texcoco, Chapingo, Chiconcuac (tierra de Tláloc), Papalotla, Tepetlaoxtoc, Solidaridad, Huixtoco, San Francisco Acuautla, Coatepec, Cuautlalpan, Cocotitlán incluso Cuautla.

A las 5 de la mañana, durante los días laborales, los metronautas esperan que se abran las instalaciones y abarrotan el andén a la espera del primer convoy con destino a la terminal Pantitlán, donde confluyen –además de la A– las líneas 1, 5 y 9. El que espera, desespera. Cuando el servicio inicia todos somos iguales: hombres, mujeres, niños: todos desean abordar inmediato. No hay piedad para los débiles: la chamba es la chamba y no estamos para el lujo de llegar tarde y que nos regresen.

El andén no da para más y, sin embargo, continúa la afluencia de pasajeros. Entras porque entras, y si quieres bajar en estación intermedia, es casi imposible lograrlo. Y cuidado con la rata, el caco, el uñas largas, que en esta línea abunda, como el aroma: ese aroma que escuece, asquea, provoca vómito, invade los poros nasales como aceite viscoso, aturdidor.

¿De dónde proviene esa fetidez infame que los metronautas inhalan y exhalan todos los días, peor en época de calor, cuando se exacerba? “¡Es el rastro!”, dice Macorina Castro, vecina de Tlapacoya: “Y deja que avance el día: peor que si te embarraran popó en la nariz.

Es horrible, de recordarlo me asquea.

” Se refiere al Rastro Frigorífico La Paz, SA de CV, aledaño a las instalaciones del Metro. Desde las escaleras que conducen al paradero de autobuses se ven las instalaciones, en Privada del Rastro núm.

O, colonia Los Reyes Acaquilpan, municipio de La Paz, Edomex. Ahí se lleva a cabo la cotidiana matanza de ganado, aves y otros animales comestibles. Su estiércol y los restos no comercializables forman el enorme túmulo ocre que irradia su hedor por varios kilómetros a la redonda. Y los usuarios del Metro La Paz deben soportarlo, añadirlo a la cadena de agravios que a diario padecen para trasladarse hasta su centro laboral y obtener el pan nuestro de cada día.

El sentido del olfato los hace padecer, hasta que, por fin, logran ascender al convoy, que no huele a rosas, precisamente. “El sentido del olfato es un receptor químico donde las partículas aromáticas desprendidas de los cuerpos volátiles ingresan por el epitelio olfatorio ubicado en la nariz y son procesadas por el sistema olfativo, por lo que el olor es la sensación resultante provocada por estas partículas; tal como sucede con otros sentidos, varios factores psicológicos pueden desempeñar cierto papel en la percepción de los mismos”, definen Raúl Colorado Peralta y José María Rivera, miembros de la Facultad de Ciencias Químicas-Orizaba (Universidad Veracruzana), en el ensayo “La Química del Olor”. Añaden que “Un importante grupo de compuestos nitrogenados está constituido por las aminas biógenicas, las cuales aparecen por la descarboxilación de los aminoácidos provocada por enzimas microbianas. Estos compuestos presentan olores característicos a pescado estropeado. Las aminas que más se forman son: istamina, putrescina, trimetilamina y cadaverina”.

En suma: vaho, olor, efluvio, aroma, hedor, tufarada, husmo, pestilencia, fetidez, peste, tufo: ¡la mierda, pues! –El Metro La Paz apesta por la cercanía del rastro – señala el metronauta Juan Amado–. Y son frecuentes los retrasos en horas-pico, huele horrible. Es muy estresante.

–Además del rastro, está el río de la Compañía: no le dan mantenimiento y también ruge, lleva animales muertos entre las aguas negras –dice Carlos Mecalco, carpintero de oficio, vecino de la colonia Emiliano Zapata, Ixtapaluca.

Su primo Rafael tercia: “Al pie de las escaleras para subir y bajar al andén, los conductores del transporte público se orinan. Son necesarios los WC públicos.

Y que se lleven el rastro a otro lado, su pestilencia llega hasta Santa Martha Acatitla, hasta Ayotla. Las autoridades no hacen nada”.

La terminal del Metro La Paz aligera el traslado de la población del oriente mexiquense a sus diarias labores en la CDMX.

En un trimestre recibe a más de tres millones y medio de usuarios. La ampliación del servicio hasta Chalco, cacareada al inicio de la gestión del presidente Peña, está detenida. El anteproyecto prevé una extensión de 13 kilómetros, con ocho estaciones y una terminal. Trasladaría 244 mil pasajeros al día. Mientras, a inhalar cadaverina.

La página de Facebook de la fábrica de pestilencias Frigorífico La Paz sólo tiene un comentario, del “inge Juan Carlos Espinoz”: “Llevénse su matadero a otro lado, no chinguen, el Metro y el paradero están ahí ¡y huele de la fregada!” Desde 1970 brinda aromas inolvidables que voltean el estómago al más picudo.