Mi niñez

 

Inicialmente pensaba en la niñez como una etapa cronológica, diluida en el tiempo, pero no es cierto


El lunes es Día del Niño. Inicialmente pensaba en la niñez como una etapa cronológica, diluida en el tiempo, pero no es cierto. Puedo volver a ser niño cada vez que quiero, regresar episodios y aventuras, retomar sabores y olores, revivir tramos y sueños, confrontar aquello con esto. Es un privilegio.

Ni mejores ni peores, fuimos nosotros, libres y educados en el respeto a la palabra, los mayores, las reglas, sin volvernos autómatas o perder creatividad y fantasía. La calle era nuestro reino y los juegos tenían temporadas definidas quien sabe cómo, pero de manera infalible.

Al trompo seguían las canicas, el yoyo, la bici, los patines hechos por uno mismo con baleros conseguidos en talleres y empotrados en un cajón siempre personalizado con calcomanías y con nombre propio. El mío se llamaba Sandokan.

Luego seguían el beisbol y el voli con una soga como red, interrumpido de pronto por el paso esporádico de un carro. Los sábados a nadar en tanques de agua para riego y a hartarse de fruta bajada directamente del árbol. Era impensable la compañía de papá o mamá.

Hubiera sido una debilidad imperdonable. Crecer era parte de una autoeducación para el resto de la vida. De muy chicos evitábamos a las niñas, no eran una compañía agradable, pero de pronto descubrimos que no eran tan aburridas y luego se volvieron imprescindibles.

El sello de esos años fue la exactitud de los trayectos: párvulos, niños, adolescentes, preparatorianos y grandes.

Se salía de una y se entraba a la siguiente sin confusiones ni crisis, cada una regada con la leche templada y la impronta del hogar paterno. Hoy lo sé de cierto: la niñez no es asunto de edad, es tema del alma. Regresar a ella purifica y está al alcance de cualquiera. Hágalo este 30 de abril.