Morelos, la narcopolítica

 

“Los capos se convierten en algunos lugares en actores políticos de facto, con capacidad de influir en el sector económico y social”


Mientras un contralmirante suelta verdades de a kilo en un foro sobre seguridad y participación ciudadana, en la Cámara de Diputados, al hablar de capos del crimen organizado actuando a favor de candidatos a puestos de elección popular, escucho a pobladores del sur de Morelos hablar de la violencia, del exterminio de ciudadanos, de la “limpieza” de un grupo criminal, el CDS, en contra de Los Rojos, como prolegómeno de una lucha electoral ya marcada por invasión de grupos armados y la toma de control sobre varios poblados en el sur de Morelos.

Lo que describe el contralmirante Martín Barney Montalvo, director del Instituto de Investigaciones Estratégicas de la Armada de México, está ocurriendo ahora mismo en las colindancias de Morelos con Guerrero y con el Estado de México, territorio bajo dominio, hasta hace muy poco, de Santiago Mazari Hernández, apodado “El Carrete”.

“Los capos se convierten en algunos lugares en actores políticos de facto, con capacidad de influir en el sector económico y social; a veces el capo llega a usar su influencia para apoyar alguna campaña política de algún candidato, de quien espera alguna subordinación. En este caso, el capo socava la legitimad del Estado, al mismo tiempo que gana impunidad para imponer su autoridad”.

De sobra lo experimentan, desde diciembre, habitantes de comunidades y pueblos morelenses hasta donde llegaron grupos numerosos de sicarios, con el rostro cubierto, en cuyas ropas o vehículos ostentan las siglas CDS. Nadie se molesta en dar explicaciones. Sólo amenazas, sólo secuestros, sólo retenes e interrogatorios, sólo disparos y muerte.

La prensa habla de siete desaparecidos y siete asesinados, cuentan los pobladores, pero “ya son más de 100 de diciembre a la fecha”, aseguran. Desconocen si se trata de Zetas, gente de Sinaloa, de la Familia Michoacana, de Guerreros Unidos o del Cártel Jalisco Nueva Generación.

Busco antecedentes y aparece un Cártel del Sur, que hace un año anunció precisamente su propósito de limpiar Chilpancingo, la capital de Guerrero, de los llamados “Jefes” o “Rojos”, que extorsionan, cobran piso a comercios, secuestran, torturan y matan en nombre de nada, por el simple hecho de infundir terror. No importa si se llevan a puros jóvenes y mujeres inocentes, ajenos a la delincuencia, con tal de mostrar poderío, presencia y capacidad de hacer daño a quien ellos quieran.

El Cártel del Sur difunde proclamas en redes, en videos en los que aparecen encapuchados, con gorras y armados hasta los dientes mientras escuchan corridos y proclamas. Una de sus videograbaciones termina con un grito consigna: “Somos el Cártel”, dice una voz de mando. “Del Sur”, responde el coro armado.

La presencia de estos grupos ya es inocultable, tanto en Puente de Ixtla, como en Tlaltizapán, Jojutla, Zacatepec, Alpuyeca, Tequesquitengo, Tehuixtla, Temixco, Miacatlán y otros pueblos del sur de Morelos, incluido el amago sobre Amacuzac, tierra donde nació “El Carrete” y donde tiene ranchos y otras propiedades.

Cerca de ahí y de las ruinas arqueológicas de Xochicalco hay un enorme yacimiento de oro, que ya se asignó a una minera canadiense en una ocasión, a la Esperanza Silver, con 15 mil hectáreas que incluyen la zona prehispánica y que planeaba comenzar la explotación a cielo abierto a las faldas del cerro El Jumil.

Esta tierra en disputa es otro factor de riesgo. Ojo: mineras emplean sicarios para eliminar protestas y a opositores en sus zonas concesionadas.