Nadie es profeta en su tierra

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Sí, la falta de fe de nuestro tiempo nos hace recordar las palabras del niño santo, José Sánchez del Río, quien martirizado en México en 1928, antes de morir les manifestó a sus verdugos: –Prefiero morir por Cristo que vivir sin él.


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Por Roberto O’Farrill Corona

“Nadie es profeta en su tierra”

Luego de haber recorrido aldeas y pueblos de Galilea, Jesús regresó a Nazaret, a la casa paterna en la que creció. Deseoso de encontrarse con su madre, el reencuentro lo marcó un largo abrazo silencioso. Las almas no hablaron, los cuerpos se abrazaron, y luego navegaron por la mar de las palabras, y ella le dijo que no sentía soledad, que el Altísimo la acompañaba, y él lo asentó con una sonrisa. Se miraban a los ojos, los de él eran como los de ella; se sonreían mutuamente, la sonrisa de Jesús era igual que la de María. Recordaron a José, el carpintero fuerte que tanto los amó, y a sus ojos se asomaron unas lágrimas de añoranza y gratitud. Pasaron algunos días hasta que llegó el sábado. Juntos fueron a la sinagoga, tal como lo hacían en compañía de José, cuando Jesús era niño y María, una madre joven.

“Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos lo siguen. Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírlo, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto?, y ¿qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos? ¿No es este el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?». Y se escandalizaban a causa de él” (Mc 6,1-3). En la sinagoga, tras las oraciones y alabanzas iniciales, Jesús se dirigió hacia el heijal, el armario que guarda los rollos con los pergaminos de la Torá, y luego de tomar uno de ellos se instaló en la bimá, la mesa para la lectura, en alto, al centro de la sinagoga y proclamó la Palabra de Dios. Luego enrolló los pergaminos y explicó su contenido, pero ellos sólo vieron al carpintero de siempre, sin alcanzar a reconocer en él su mesianismo. La cercanía de Jesús les era grata, pero les inquietó verlo diferente, cuando para ellos no era más que uno de ellos.

Jesús no fue desairado en aquella sinagoga, fue incomprendido: ¿De dónde le viene esto? Lo dijeron por sus inesperadas palabras. ¿Qué sabiduría es esta que le ha sido dada? Lo indicaron porque él dijo algo sin precedentes. Y luego, con expresiones que resaltaban su vecindad hicieron notar que no se trataba sino del carpintero de siempre, el hijo de María, y que los suyos eran todos conocidos por ser aldeanos de Nazaret. 

Como Jesús era tan cotidiano para ellos, pensaron que lo conocían bien, que en él nada podía haber de nuevo y no pudieron percatarse de que era el Mesías. Lo mejor, que estaba por ser descubierto, para ellos pasó inadvertido; no se percataron de su divinidad.

“Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando” (Mc 6,4-6). Les citó un proverbio conocido de su tiempo que destacaba que el profeta siempre es ignorado por los que le son cercanos, y así expresó su desconsuelo por la incredulidad entre los suyos.

¿No pudo hacer allí ningún milagro? Para que un milagro ocurra se requiere de la fe de quien lo necesita y de la fuerza de Dios. No puede darse si falta alguno porque un milagro no sucede si no es querido. El Señor no se impone a nadie. 

Jesús se maravilló de su falta de fe en aquel entonces, tal como se asombra de la falta de fe de nuestro tiempo. Si entonces no hizo allí ningún milagro, ¿lo puede hacer ahora? Si la humanidad excluye a Cristo, excluye también sus milagros. Por ello, en su explicación de la oración del Padrenuestro, el papa Benedicto XVI enseñaba que “Con la petición ‘venga tu reino’ (¡no el nuestro!), el Señor nos quiere llevar precisamente a este modo de orar y de establecer las prioridades de nuestro obrar. Lo primero y esencial es un corazón dócil, para que sea Dios quien reine y no nosotros. El Reino de Dios llega a través del corazón que escucha. Ése es su camino. Y por eso nosotros hemos de rezar siempre”.

Sí, la falta de fe de nuestro tiempo nos hace recordar las palabras del niño santo, José Sánchez del Río, quien martirizado en México en 1928, antes de morir les manifestó a sus verdugos: –Prefiero morir por Cristo que vivir sin él.

RGH