Intolerancia gubernamental

 

Mucho harían nuestros gobernantes si practicaran la tolerancia en su sentido pasivo


Una de las principales virtudes de un hombre es la tolerancia. Ello cobra relevancia en el mundo de la política y, más aún, en un gobernante. En su sentido pasivo, la tolerancia consiste en resignarnos a convivir con personas con las que no compartimos ideas, creencias, formas de vida, inclinaciones o preferencias. Incluso, las repudiamos. Ello implica no solamente resignación y conformidad hacia el otro, sino también del otro hacia mis propias ideas y formas de conducta.

La tolerancia activa va más allá, al convertirse en un mecanismo dialéctico de acercamiento con el otro. Con el diferente a mí.

El objetivo es precisamente propiciar el diálogo en favor de tales argumentos de ideas, preferencias y formas de ser.

Este proceso no solamente implica oír, sino escuchar y, eventualmente, estar dispuesto a cambiar mis propias convicciones.

Parece ser que en nuestros días la tolerancia en nuestros gobernantes es una divisa escasa. Ante la ausencia de medios de comunicación capaces de informar sobre hechos que no son cómodos para los gobernantes, las redes sociales son el conducto para conocer de prácticas que muestran la intolerancia en la política y de nuestros gobernantes.

Las manifestaciones de ello son diversas. Van desde la represión violenta hasta el retiro de apoyos sociales, como lo es una tarjeta de subvención estudiantil.

Mucho harían nuestros gobernantes si practicaran la tolerancia en su sentido pasivo. Es decir, el respeto a la disidencia y la crítica de los gobernados. Pedir una tolerancia es el sentido activo, en el que se construya un diálogo respetuoso e incluyente, no con verdades absolutas, sino con posiciones dispuestas al cambio de existir los argumentos convincentes.

No con posturas arrogantes y amenazas verbales de agotamiento anticipado del diálogo. Sería lo ideal, pero tal vez es pedir demasiado.

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