Nina ilumina a los iluminados en Neza

 

Por su trayectoria de 34 años en el rock, el blues y el canto rupestre


Sabadito por la tarde, la banda se prepara y con sus mejores garras cae a la tocada que Benito Rodríguez, director cultural de la Ofrenda Callejera Nómada, armó como primer homenaje en vida, por su trayectoria de 34 años en el rock, el blues y el canto rupestre a Nina Galindo, la cantante mexicana nacida en Los Ángeles, California, el 1 de junio de 1958. Entre los grupos participantes se encuentran Mara, Down Fillet, Fausto Arrellín, Cogelones, Alfredo Luna, Jazman Blues y Lobo Herido, además de grupos de danza y versos a Nina que, estoica, aplaudirá.

En la Calle Seis, entre la Cuarta y Sexta avenidas de la ColEdodeMex, los vecinos reciben a la festejada, a los grupos, al público que poco a poco arriba para soltar vapor; las “pecerdas” de la ruta 22 vienen del Metro Pantitlán y allegan clientela a la tocada.

Mientras en el escenario disponen lo necesario, la gente se acomoda donde puede; el ambiente es como de plaza pueblerina: la venta de artesanías “jipitecas”, chicharrones y papitas fritas, vasos de cerveza, dorilocos, cueritos, quesadillas, y hasta algodones de dulce (color elefante rosa), calman la sed y el antojo.

Benito y sus chalanes supervisan la instalación de atriles, micrófonos, luz y sonido para este evento casi familiar, donde los chiquillos sacuden el polvo del asfalto con las piezas que eyectan las bocinas que en breve atronarán y animarán a la concurrencia a mover el esqueleto.

Se pide a la asistencia respetar los macetones, los árboles: no regarlos con agua de riñón, y sí agradecer al vecindario su hospitalidad para recibir a quienes gustosos y jolgorientos festejan a la Diva que ha dado a la comunidad melomanorroquera discos como Brindis por un difunto, Antropofagia amorosa, El desliz, Antes del toque de queda… Los chalanes, con palos, trapos y alambre preparan antorchas para el grupo de motociclistas que por la noche rodará desde el Coyote de Pantitlán y López Mateos, hasta la Calle Seis con la festejada entre ellos.

El plazo se cumple y los grupos teloneros calientan el ambiente. La tarde es para chelear, y el cuerpo lo sabe: a 60 varitos la guama con sal, limón, chile piquín en el borde de los vasos. No faltan quienes, para su paso a la zona zombie, le dan con fe al solvente, cemento para PVC con el que empaparon su estopa.

Otros prefieren pulquito, o cáñamo, y el ambiente huele a petate quemado y el hornazo genera actitudes de paz y amor, y que ¡viva el rock! La tarde languidece y el rock inunda la Seis, poblada por rockers, dos o tres punketos y alguno que otro darketo. Mara y su grupo lograron que el personal despelleje el pavimento: ellas y ellos lucen sus mejores pasos, y por ahí dicen que ya los motobikes vienen por el camino, alumbrado por sus antorchas.

La noche se dejó caer y la oscuridad da realce a la entrada triunfal de los motobikes, cuyo estruendo alborota a la chamacada, que los vecinos preparen cubetas con agua por si fuese necesario un alto al fuego, y al público: guarde la debida distancia para no exponer las greñas a un chamuscón. Ningún contratiempo y sí la algarabía y el gusto, porque Nina Galindo llegó, “ai ta”: querida por las mujeres, apreciada por los hombres.

Nina con sus licras untadas al cuerpo, cabellera ondulada, cara de quien se sabe querida y admirada y todos quieren la foto, se la disputan, posa en una moto, con las ñoras, con los ñiños, con todo el que guste y mande y se anime: ella le entra, que para eso es la festejada, y los motobikes, ya con las máquinas alineadas a la orilla de la banqueta, hacen rugir los motores, sonoro homenaje.

Nina convive con el vecindario, se retrata con apaches de los grupos de danza, muy mameyes ellos, y llegado su turno pone a cantar a la gente, que corea la letra de Armando Rosas: “Volverán esos días de antaño,/cuando en mi barrio no era un extraño/ y las heridas en las rodillas punzaban más/ que los fuertes dolores de este corazón,/ corazón, corazón”.

–Me siento muy agradecida, muy honrada por el reconocimiento de la banda, que es el corazón del pueblo; ustedes ocupan gran pedazo de mi corazón, muchas gracias –suelta Nina, y la banda, ¡pus a wevo!, aulla, chifla y de premio: “Tiempos híbridos”, de Rockdrigo, con la voz de Nina y la guitarra de César Piña: “Era un gran rancho electrónico/ con nopales automáticos,/ con sus charros cibernéticos/ y sarapes de neón./ Era un gran pueblo magnético/ con marías ciclotrónicas,/ tragafuegos supersónicos/ y su campesino sideral”.

Y le seguirá “Prohibido”, del Mastuerzo Francisco Barrios, y asestará “Mírame desaparecer”, de Gerardo Enciso, que suena a Neza: “La ventanita de la esquina / se negaba a abrir, y en la vinata/ don Benito no quería salir”.

Nina se va hasta la cocina, suben los apaches al escenario y viene la entrega de diplomas, agradecimientos, apapachos a esta mujerona que con su voz iluminó la noche de los iluminados, que homenaje le rindieron y con chelas en oferta, se la siguieron.