No es locura de Trump, sino la disputa por Estado en Casa Blanca

 

Son indicio de crisis en el ejercicio del poder estadounidense


HOUSTON, Texas.- Los cambios en cargos importantes en la Casa Blanca efectivamente son indicio de una crisis en el ejercicio del poder estadounidense, pero responden a parte de la disputa por el control del Estado.

Las posiciones son más extremas de lo que parece: se trata del choque entre una alianza extraña de conservadores y liberales del establishment tradicional del Estado compartido contra los reaccionarios y puritanos del antiEstado. Por eso en la votación contra el Obamacare se vio una mancomunidad de republicanos del aparato de poder con los demócratas.

La candidatura de Trump llegó a romper con las viejas asociaciones entre republicanos y liberales. El voto que llevó a Trump a la Casa Blanca no vino del republicano tradicional, sino de los estadounidenses de condado hartos del poder autónomo de la burocracia. Ese estadounidense medio y bajo es antisistema, anti-Estado y antiestablishment y quiere que el gobierno trabaje para ellos y no para el mundo.

La convivencia liberalesconservadores después de la Primera Guerra Mundial permitió el funcionamiento de un péndulo controlado por intereses de la burocracia del Estado –los funcionarios– y la burocracia del poder –los políticos–; el conservadurismo estadounidense se definió en función de la geopolítica imperial: uso de la fuerza para defender el modo de vida estadounidense: el capitalismo explotador de recursos extranjeros; el demócrata Kennedy, por ejemplo, inició la guerra en Vietnam y luego quiso aplastar a la Cuba revolucionaria, porque el comunismo afectaba la zona de confort estadounidense.

Los presidentes conservadores salieron del establishment: Reagan, Bush Sr., Bush Jr. y por tanto sus actividades fueron contra amenazas externas. Desde 1950 en Corea la ideología y consenso estadounidense se ha definido por el comunismo y ahora el islamismo donde coinciden demócratas y republicanos.

Trump llegó a la Casa Blanca con el voto anti- establishment y se encontró con una estructura de poder que le ha querido imponer sus intereses. Ahí es donde se localiza la guerra burocrática: Trump y su superasesor Steve Bannon contra lo que llaman el Estado profundo o el Estado Beltway –zona ésta donde se localizan las principales oficinas de la burocracia del poder–. Esta burocracia ha dominado a los presidentes; sin formación geopolítica ni conocimientos de seguridad nacional, Trump sabe que su supervivencia y su reelección dependen del control que pueda tener sobre el Estado burocrático.

La guerra por el poder en la Casa Blanca ha llevado a Trump a sobresaltos en su administración de apenas seis meses y a relevos bruscos en posiciones burocráticas; el cesado secretario ejecutivo de la Casa Blanca y expresidente del Partido Republicano, Reince Priebus, no quiso operar a favor del interés de Trump contra el Obamacare. El nuevo jefe operativo de la presidencia, John Kelly, es un general estratega con fuerte capacidad para perseguir disidentes burocráticos.

El fondo de la superficie de los sobresaltos en la Casa Blanca –que la crítica no quiere entender o que la entiende y la oculta– no se localiza en la locura del presidente, sino en su meta de empresarizar al Estado, a la presidencia y a la burocracia que quiere imponer sus criterios Trump sin haber pasado por elecciones. La contrarrevolución reaccionaria, racista y puritana de Trump, basada en los valores puritanos de los fundadores del imperio, busca revertir la revolución liberal de los años 60. El saldo de esta guerra ideológica definirá el 2020 estadounidense.

Política para dummies: La política es el entrenamiento para ver el fondo de las crisis, no la superficie.

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