Nuestra ineludible corrupción

 

Parece que nuestro destino ha sido ineludible al igual que nuestra vocación por la corrupción


Parece que nuestro destino ha sido ineludible al igual que nuestra vocación por la corrupción. Y digo “nuestra” porque a pesar de todos los intentos legales que hemos realizado a lo largo de la historia, ahí sigue y seguirá hasta en tanto entendamos que la corrupción no es un problema de legalidad, sino de principios, valores, educación, formación, y sobre todo decisión. No creo que haya alguien que pueda señalar que nunca ha participado en un acto de corrupción.

De acuerdo a la Real Academia Española el término “corrupción” se utiliza para nombrar al vicio o abuso en un escrito o en las cosas no materiales. La corrupción, por lo tanto, puede tratarse de una depravación moral o simbólica, pero en otro sentido es la práctica que consiste en hacer abuso del poder, de funciones o de medios, para sacar un provecho económico o de otra índole.  La corrupción política se refiere al mal uso del poder público para obtener una ventaja ilegítima, lo que demuestra no sólo la impunidad con la que actúan sus protagonistas, sino las componendas con los demás integrantes del sistema. El tráfico de influencias, el soborno, la extorsión y el fraude son algunas de las prácticas más comunes de corrupción en nuestro país, pero también desencadena una diversidad de delitos que la acompañan para refinar sus procedimientos.

Entre los tricolores se ha mencionado no tan sólo a Tomás Yarrington, también a Humberto Moreira, César Duarte, Arturo Montiel, Rodrigo Medina, Javier Duarte, Andrés Granier y Roberto Borge. Entre los panistas el finado Juan Camilo Mouriño, Felipe Calderón, Genaro García Luna, Vicente Fox, César Nava, y la propia Marta Sahagún. De los perredistas son pocos los que pudieran salvarse del epíteto, y lo siguen demostrando en todos los gobiernos donde tienen injerencia. Pero habrá que decir que después de Andrés Manuel López Obrador, todos son pequeños.

El problema de este país es que pese a todo lo que se diga de los corruptos seguimos votándolos en lugar de botarlos. Y eso ocurre porque ante la eventualidad de que todos son malos y elegimos al menos peor y no al mejor, aunque en el pecado llevemos la penitencia. Pero quizá no hemos identificado el mayor problema, y ese está en nosotros.

Tenemos malos gobernantes porque elegimos malos gobernantes. Tenemos problemas de corrupción porque toleramos actos de corrupción entre los gobernantes y entre nosotros mismos. Para decirlo de otra forma, seguiremos siendo corruptos, y por consecuencia seguiremos empobreciendo a la mayor parte de nuestra población.

Lo peor de todo es que estaremos condenando a nuestros descendientes a ser pobres, corruptos y a tener gobernantes corruptos.  La corrupción será un tema ineludible hasta en tanto seamos capaces de reaccionar colectivamente para combatirla, aunque ello signifiquen 200 años como dicen los especialistas que necesitamos para alcanzar a los modelos de transparencia y rendición de cuentas europeos. Si queremos comenzar, solamente se requiere voluntad, decisión, tesón, energía, limpieza, convicción, valentía y hartazgo, mucho hartazgo. Al tiempo