Nuestra tragedia

 

Lo más lamentable es que después de 200 años de vida independiente no hayamos adquirido la capacidad para cambiar a nuestra clase dirigente


México alcanza casi los 125 millones de habitantes, y lo previsible es que su población seguirá creciendo a paso acelerado en los siguientes 15 años. El problema es que aquellos que se dedican a la tarea pública nunca han encontrado la fórmula para abatir, o al menos disminuir las causas que originan esa pobreza en la que siempre hemos mantenido a más de la mitad de nuestra población. Y no es que nuestro irremediable destino sea fabricar pobres, simplemente es que no estamos generando las oportunidades necesarias para que los mexicanos abandonen esa condición.

Lo más lamentable es que después de 200 años de vida independiente no hayamos adquirido la capacidad para cambiar a nuestra clase dirigente que presenta las mismas características de aquellos que sojuzgaban a nuestros ancestros. Para decirlo de otra forma, los ricos de ahora presentan las mismas características de explotación de las clases oprimidas de hace 200 años, y eso fue lo que detonó un movimiento reivindicatorio violento, que se replicaría cien años después.

Doscientos dieciséis años después del inicio de nuestra independencia las cosas se mantienen dentro de los mismos parámetros de explotación y sojuzgamiento, pero ahora el número de pobres en ingreso asciende a casi 64 millones de personas. Lo más graves es que 59 por ciento de nuestros niños menores de 18 años están en pobreza, y por consecuencia también están destinados a ser pobres durante toda su vida.

Por donde se le quiera ver, en eso consiste nuestra tragedia, y para agravar el escenario, también tenemos en la miseria a cerca de 12 millones de adultos mayores de 60 años, lo que representa el 10 por ciento de la población en el país. Esto quiere decir que por el momento este país tiene a la mitad de la gente en pobreza porque no cuenta con acceso a los servicios de salud, y mucho menos a una pensión que les permita adquirir dignidad en la última etapa de su vida.

México está enfermo, y la muestra de ello es esa natural inconformidad que aflora en los mexicanos cuando sienten que algo les afecta, sobre todo si viene de la estructura gubernamental. Y la mejor muestra de esa enfermedad son los brotes de inconformidad que surgieron como respuesta a la liberalización de los precios de las gasolinas, aunque una gran mayoría esté siendo manipulada. Eso fue lo que en el pasado propició la toma de las armas para la lucha reivindicatoria.

Nuestro gran defecto es que nunca hemos sabido marcar la diferencia y siempre utilizamos nuestra vocación destructiva.

Hoy las cosas se presentan de la misma manera: nunca analizamos el porqué de las cosas y salimos como siempre en tropel a protestar aunque ello forme parte de nuestra autodestrucción. Nuestra tragedia es que las clases dirigentes no piensan en los demás, sino en sus proyectos personales, y cuando se trata de confrontar al Gobierno, operamos de la misma manera. Nuestra tragedia son esos nunca y esos siempre. Al tiempo.