Oaxaca: la vida cotidiana entre marchas, plantones y represiones

 

La política es el arte de entender la realidad para razonarla


OAXACA, Oax.- Los ciudadanos se acostumbran a todo menos a la costumbre. Casi 40 años de lidiar con plantones, marchas y movilizaciones magisteriales llegan a configurar una rutina. Pero no por reiterativa tiene que aceptarse.

Sin embargo, en el fondo se asume como una carga emocional histórica. La clase media urbana y criolla es minoritaria –72 por ciento de los municipios practican los ritos de los usos y costumbres indígenas, a pesar de 300 años de dominación cultural y religiosa española– y ni así se consolida una verdadera convicción.

El jueves pasado hubo una marcha –numerosa como las que sabe organizar la Sección 22 de maestros, la disidente, el alma de la CNTE y el pivote de la movilización social estatal– y los habitantes de la ciudad de Oaxaca le sacan la vuelta, la miran de lejos como parte de folclore, no la entienden pero alzan los hombros.

Proclive a los embotellamientos por su crecimiento urbano, sus mismas calles angostas, su falta de regulación vehicular, ahogada por las época de calor aun en temporada de lluvias, autos encimándose unos a otros, calles cerradas por el campamento de los maestros en el zócalo y ahora algunas calles aledañas, los olores de las aglomeraciones humanas irregulares no sólo por las necesidades ahí mismo sino por los puestos de fritangas que huelen varias calles más, esa ciudad de Oaxaca asume con modorra su destino social ante el vacío de poder estatal, municipal y federal, en ese orden.

Los plantones, las marchas y las  agresiones de los maestros tratando de provocar a la policía molestan, pero como dicen en las calles: molestia que no te molesta, no la molestes; sí molestan los maestros, sobre todo cuando cierran accesos a cajeros automáticos, a bancos y a tiendas departamentales, pero un poco de paciencia arregla el momento.

Los oaxaqueños ya no quieren violencia social; si de por sí los maestros se pasan los límites, un endurecimiento policiaco provocaría más violencia.

En 2006 una intervención fallida de la policía cohesionó a los maestros y sus movimientos sociales a su alrededor y llevó la violencia a las calles, a demás de potenciar el movimiento.

Por eso los oaxaqueños de la capital del estado sencillamente se aguantan.

Hay espacios ya asignados: la protesta y la vida cotidiana. Los empresarios se irritan y se endurecen cuando ven que el gobierno carece de salidas. Sí, las movilizaciones y plantones han deprimido la actividad económica pero toda estabilidad –aun la de situaciones de inestabilidad– tiene un alto costo, ya sea social, económico o productivo.

Los oaxaqueños no esperan nada; saben que el problema magisterial carece de una solución y todo es cosa de usar la calles para sacar ventajas. Durante la marcha del jueves pasado los restaurantes estaban concurridos, poca gente en las calles, bajó la afluencia turística, como que el turismo revolucionario que animó el zapatismo en Chiapas en 1994 y Oaxaca en 2006 ya declinó su dinamismo porque en el fondo no hay revoluciones que ver, sólo marchas de gente gritando consignas, protestas callejeras sin sentido real, mítines con discursos esquizofrénicos.

Tantos años con lo mismo llega a cansar y genera un acomodamiento de circunstancias ciudadanas, la gente pasa cerca del plantón en el zócalo y lo mira sin mirarlo, sabe que ahí está y que al mismo tiempo no está. Mientras no haya violencia en las calles, cada quien su vida.


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