Entre el odio y la fe

 

Se debiera avergonzar el señor Norberto Rivera Carrera


El discurso del odio al que ha acudido el Cardenal Norberto Rivera confronta las enseñanzas de quien dicen ha sido su mayor predicador: Jesús a quien sus adeptos apodaron el Cristo, que significa “El Ungido o el Enviado por el Señor”.

No sé si lo que ha venido diciendo en las últimas semanas se deba a esa condición propia de los humanos de edad avanzada que llamamos senilidad, o simplemente a su decaída capacidad de asimilación y entendimiento de que los tiempos han cambiado.

Ahora afirmó que “defender el matrimonio natural entre un hombre y una mujer o el derecho de los niños a tener una madre y un padre, no es odiar a nadie, no es discriminar, no es perseguir a nadie”. Por si no lo recuerda, la historia tiene registrado el episodio protagonizado por la llamada “Santa Inquisición”, que en nombre de Dios perseguía, torturaba, mutilaba y mataba a quienes no profesaban la religión católica.

Sin pretender negar la presencia del catolicismo como una de las religiones más importantes del mundo, lo que podemos inferir es que por los mecanismos de cooptación de adeptos utilizados a lo largo de su historia, no es una religión que haya sumado voluntades, por el contrario, se impuso a sangre y fuego sembrando el terror entre quienes consideraba “herejes”.

De eso es de lo que se debiera avergonzar el señor Rivera Carrera, porque a causa de su intolerancia será juzgado por aquellos a quien denuesta con sus predicas hipócritas para seguir manteniendo un estatus religioso falso y carente de principios, y que además contraviene el posicionamiento moderno del Papa Bergoglio en torno a esos temas que han sido tabúes en el catolicismo.

Por si el señor Rivera Carrera no se enteró, la casa Alberione, ubicada en Tlaquepaque, Jalisco, fue un lugar en el que se refugiaban los sacerdotes involucrados en casos de pederastia. Al menos así lo señala el cardenal Emérito Juan Sandoval Íñiguez en sus memorias, relatando incluso la carta que Juan Pablo II enviará a los obispos para pedirles que no encubrieran esos casos.

Por eso resulta infinita la hipocresía conque el señor Rivera Carrera intenta desacreditar el derecho que tienen las personas con preferencias sexuales distintas. ¿Por qué no puso remedio o al menos crítico las conductas de los hombres de su iglesia? Al no haberlo hecho no tiene autoridad moral para criticar una propuesta que otorgará derechos a quienes han carecido de ellos.

Al tiempo.