Periodismo de ilusiones…

 

Los periodistas deberían trabajar con realidades


No se trata de que fuese mejor o peor, sencillamente así era y no había más. Las reglas, como hoy, las imponía un sistema al que sus críticos llamaban dictadura o, amablemente, “dictablanda”.

No había más, a estas alturas sabíamos –mucho antes, creo– quién iba a ser el presidente de la República, conocíamos sus relaciones, sus amistades y hasta sus intereses y de esa manera podíamos vaticinar lo que nos deparaba el futuro.

Siempre lo mejor, cada sexenio dejando de lado el juicio crítico nos acogíamos a la esperanza de que éste sí es el bueno, éste sacará al buey de la barranca… y luego, todo igual, los mismos medrando, pero con una diferencia: los juniorsitos escondidos, sin enchufe.

Los reporteros actuales que no conocieron tal tiempo, traslapan ambos Méxicos, y sin mayor argumento que su palabra de hombre libre, de intelectual comprometido y de estudioso de la ciencia política, analizan, dictaminan y condenan.

No había menos libertad, tampoco había mayor posibilidad que la que establecía el sistema unipartidista.

Como hoy, los enchufados en las alturas burocráticas decidían. Así fue como Jesús Reyes Heroles y José López Portillo, uno gachupín y el otro de alma ibérica, decidieron ampliar el espectro político nacional.

Optimistas ambos, intelectuales de buena fe, dieron entrada a una cáfila de desalmados que tal como muestra la historia, decidieron hacer una incursión bucanera y entrar a saco por los doblones del erario.

Así lo han hecho, si analizamos con cabecita fría lo sucedido desde entonces, encontraremos casi imposible un logro positivo en bien de los ciudadanos. Todo ha sido partidizado y puesto en manos de quienes manejan esos institutos políticos. Negocios privados, pues.

Los periodistas deberían trabajar con realidades, dejar de lado los sueños, las idealizaciones y las fantasías. Hoy se tiene que explicar lo que sucede en el país sin las arañas mentales de lo que hizo o dejó de hacer el PRI.

La carencia de analistas libres de humores malignos, han llevado al país a esta degradación en la que el que más grita o mejor insulta es quien destaca en la nota del día. No hay ideas, tampoco proposiciones para ahí sí, sacar al buey de la barranca.

Y los reporteros registramos, reproducimos los exabruptos de quienes se sienten tocados por la mano de las divinidades. Y así presenciamos el derrumbe de una actividad que tuvo cierto prestigio por los prohombres que la ejercían. Hoy, fantoches, brincolines y prófugos buscando protección por sus delitos.