Polarizar

 

Las elecciones transcurrirán, pero nosotros seguiremos, o debemos hacerlo de manera ineludible. Ningún proceso vale los afectos o los vínculos de la sangre


Pasó primero con mis amigos de vida. Reunidos en la arraigada y grata costumbre del café o la comida, como lo hacemos de larga data, entramos inevitablemente en el tema del proceso electoral en curso. Afloraron posiciones y opiniones, simpatías y distancias, y de pronto la plática se empezó a agriar, el tono a subir, los argumentos a personalizarse, las ideas a degenerar en descalificaciones. Alguno se levantó airado y se alejó.

Después sucedió algo parecido en casa. En la sobremesa dominical, casi siempre inteligente y creativa, alguno fue irónico ante una expresión de otro, se cuestionaron coincidencias, se endureció el ceño y se quitó dulzor al postre. Así inicia la polarización y no nos puede pasar nada peor.

Las elecciones transcurrirán, pero nosotros seguiremos, o debemos hacerlo de manera ineludible. Ningún proceso vale los afectos o los vínculos de la sangre.

Reflexionando en esto me vuelvo a percatar de la gran responsabilidad de partidos y candidatos, incumplida desde mi punto de vista, por no afectar la frágil cohesión de este país tan lastimado. Las campañas han degenerado en depósitos de detritus, donde la exposición de las vergüenzas se privilegia sobre la propuesta y la seriedad.

Balzac y Víctor Hugo, con toda su grandeza, no imaginaron en La comedia humana o Los miserables, el catálogo de degradación que aflora en ellas. La estrategia se concentra en descalificar, no en ofrecer soluciones o, cuando menos, alternativas viables para salir del laberinto.

No harán nada de lo ofrecido. Una vez sentados en el poder irán por donde quieran, al margen de nosotros. Por eso era necesaria una coalición para gobernar previa al registro de candidaturas. Ello le hubiera dado sentido a la manida frase “primero el programa y luego el nombre”. Sabiendo esto, no permitamos que nos polaricen. Ahí sí perderíamos todo.