Por qué los hombres mienten sobre su virginidad

 

La virginidad es un momento frágil e importante en la vida de todos los seres humanos, sin importar el género. No lo es porque vaya a ser muy buena o muy mala la experiencia, pero es trascendente, como toda primera vez


POR JULIÁN VERÓN

¿Se han preguntado por qué los hombres mienten acerca del número de sus parejas sexuales? Es una realidad que probablemente tenga que ver con el pensamiento machista de pensar que “mientras más parejas, más hombre soy”. Es como una especie de superioridad sexual y moral (como en todo) que tenemos la gran mayoría de los varones. El tema del sexo alrededor de los hombres siempre ha sido de cantidad y poder: quién liga más, quién coge más y quién tiene más personas detrás de nosotros. Todo lo que gira alrededor de coger y ser hombre, tiene que ver con eso. Es como si los hombres tuviésemos una especie de club secreto –y frágil– en el que testeamos el tamaño de nuestros testículos dependiendo de la cantidad (siempre la cantidad) y no de la calidad, o de quizás el tabú más grande en la historia de la existencia de los hombres: el amor.

Hay un tema que me causa muchísima inquietud en todo esto: la virginidad de los hombres. Es un momento frágil e importantísimo en la vida de todos los seres humanos. No es trascendente porque vaya a ser muy bueno o muy malo; lo es como lo es toda primera vez. Las primeras veces tienen un olor y actitud que nunca más vuelven. Un perfume que probablemente jamás saborearemos igual, independientemente del resultado. Esa experiencia se queda dentro de nuestras uñas y manos hasta que no respiremos más. Así, aun cuando dentro de 30 años estemos limpiando trenes en alguna estación de Viena, cuando algún turista nos pregunte “oiga, ¿y su primera vez cómo fue?”, la situación de la que hablaremos será la misma; los recuerdos serán los mismos y por siempre la tendremos en la memoria como la vez en la que se nos abrieron las puertas.

Ahora, ¿han hablado con algún hombre sobre su primera vez? Yo sí. Y hasta podría apostar que me han mentido casi siempre, y en toda oportunidad eliminan la posibilidad del amor y solamente hablan de que lo hicieron “para salir de eso”. Quizás la presión social por ser aceptados en cualquier grupo de hombres, provoque que mintamos sobre nuestra primera vez o tengamos algo dentro de nuestros cerebros que no nos deja pensar ni hablar bien sobre la virginidad.

Otra cosa que sucede mucho es que, si por casualidad vamos a tener sexo y la pareja que nos toca es virgen, la gran mayoría de las respuestas es “Ay, ¡qué hueva!” o “Uy no, ¡se va a enamorar!”, como si fuésemos unas máquinas sexuales con superpoderes, y que apenas nuestras manitas y pene toquen a la pareja que tengamos de frente, el performance que daremos será tan maravilloso que nunca jamás nos dejarán solos de nuevo. Por favor.

Recuerdo mi primera vez, obviamente. Tuve suerte. Fue con la primera chava que despertó un interés romántico en mí. Pensé que jamás me iba a enamorar realmente, pero bueno, apenas tenía 18 años –casi 19– y sucedió. Siempre pensé que decirle adiós a mi virginidad iba a ser una experiencia normal y mundana; que quizás no tendría muchísima importancia en el resto de mi vida, ya que “luego iba a tener muchas mejores experiencias sexuales”. Ya saben, lo pensé como un machito común y corriente.

Sentía presión por parte de mis amigos, ya que a mis casi 19 años ser hombre heterosexual y virgen era “un oso” entre mis compañeros. Pero realmente mi interés hacia el sexo llegó luego de la escuela; en esa época estaba enamorado del futbol y nada más me importaba. Era tanto así, que ni si quiera un beso “real” di en mi época de la escuela, sólo picos o cosas así. El amor y el sexo para mí no estaban disponibles en ese tiempo, así haya sido uno de los chicos más populares de la escuela: era el capitán del equipo de futbol. Ya saben, toda la película gringa la viví.

De igual forma llegó mi oportunidad. En la época del boom de Twilight y Robert Pattinson como Edward Cullen. Fui a casa de mi primera novia, vimos la película entera y, luego de besarnos, ella me preguntó si “quería”; refiriéndose obviamente a coger. Los dos éramos vírgenes, así que era importante para ambos tener una buena experiencia. Y lo fue, quizás experimenté la liberación más profunda que he sentido hasta mis 29 años de vida. Sentí que sí valió la pena “esperar” y que haya sido con alguien que me haya importado y que incluso me importe tanto el día de hoy.

Ya recordando y reflexionando sobre la escena, está muy divertido cómo para los hombres perder la virginidad lo más rápido posible es la norma. O sea, es como la primera vez que vamos a probar una hamburguesa. Lo recordaremos toda la vida, y cada que vayamos a algún restaurante a comer hamburguesas estaremos condicionados por la primera que entró a nuestra boca. No nos hace menos hombres reconocer que fue una buena experiencia, o que estuvo llena de amor o de diversión. Es una memoria que siempre estará con nosotros, y aquí el machismo o querer ser el mero macho con 350 mujeres u hombres a precaria edad no ayuda.

Probablemente si alguna mujer u hombre me pidiera alguna especie de consejo acerca de su primera vez (aunque nadie en su sano juicio debería pedírmelo), diría que lo hiciera cuando le diera la gana y con quien le dé la gana y quiera. O sea, ¿también acá nos vamos a poner a decir dónde, cuándo, cómo y dónde tiene que hacerse? Ya el mundo está bastante gobernado por el hombre heterosexual blanco para que dictemos hasta la primera vez de las personas. La virginidad es un terreno leve y fértil, donde debemos explorar y hacer lo que nos venga en gana.