Porfis, el inmortal

 

Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, se perdió entre los vapores de una vida prestada, sujeta a caprichos y avatares de sus jefes


En el Senado de mayoría priista le decían Perfidio, era célebre por sus agandalles, imposiciones y brincos sorpresivos para ganar una primera plana con cualquier motivo. O sin motivo.

Nunca fue santo de mi devoción porque lo vi maltratar y humillar a sus colaboradores para proteger alguna movida chueca suya. Por ejemplo, acusar a Mondragón, su ayudante personal, de robarse sus dietas no recogidas y exigir nuevo pago. Se comprobaba que los dineros estaban en su cuenta bancaria, pero eso no lo conmovía. Y no devolvía los fondos recibidos.

Hablaríamos de la camioneta que para comprar pidió apoyo al Senado; la volcó en plena campaña electoral en Guanajuato y tras cobrar el seguro exigió que le entregaran otra nueva, lo que ya no obtuvo.

Su derecho de sangre para candidatearse a la gubernatura en la tierra de Fox, sus escándalos en Estados Unidos y así, al infinito y más allá.

Lamentable cuando hablamos de uno de los mexicanos más inteligentes de la actualidad, quizá uno de los más expertos en temas políticos –no confundan con legislativos o electorales–, poseedor de cultura amplísima y dotado de una verba especial. Un ser de otro mundo, o de algún país avanzado.

Pudo ser, sin duda, uno de los estadistas más notables del siglo en el continente. Debió en algún momento convertirse en el aspirante presidencial más destacado y, con suerte, pudo ser el mandatario que llevaría a este pobre país a las glorias del primer mundo.

Tristemente no fue así. Porfirio Alejandro Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, se perdió entre los vapores de una vida prestada, sujeta a caprichos y avatares de sus jefes, los presidentes de la República, a los que sirvió con perruna lealtad. Hasta que dejó de serles útil. O hasta que pensó que era mejor que todos y podía fincar su propio rumbo.

Cuando lo nombraron presidente de la Cámara de Diputados me pareció una desafortunada decisión de don Peje. Pero en las dos primeras sesiones mostró de lo que es capaz: metió el orden, disciplinó a los rebelditos de siempre, los de pose de malos de película y Álvarez Icaza y el coso Noroñas tuvieron que retirarse con la cola entre las piernas.

Si esa será la tónica que seguirá en la conducción de las asambleas legislativas, usando inclusive las propias armas de los morenistas (votación a mano alzada), bien por don Porfirio. Respeto y ovación por su desempeño.